Tribuna Cofrade

Jaime Betanzos Sánchez

Devociones perversas

EL segundero avanza irremediablemente mientras un leve recuerdo invita a la ensoñación. Esta caricia de abril devuelve las palmeras a la plaza del pueblo y escenifica lugares que nunca más existirán. La tramoya de este teatro es inútil sin los actores que un día dieron vida a tanta felicidad. La nostalgia –maldita reminiscencia del ayer- vuelve a escribir metáforas en el alba de los turiferarios y convierte la existencia en una constante analogía entre lo que fue y lo que es.

La cercanía hiriente de tanta majestad humedece la esclerótica y hace clarear estos días de imposturas vestidas de domingo. La deliberación con que se trata la virtud –o la ausencia de ella- pone de manifiesto nuestros principios y nuestras debilidades. Apelar a la fe es un asueto en momentos de turbación, pero solo la buena predisposición logrará frutos provechosos. De igual modo, si lo que nuestra lengua proclama no guarda relación con nuestras obras, solo recogeremos confusión.

La belleza y la corrección son dos aptitudes vehiculares hacia la fe. Cientos de cirios escalonados dando luz a Cristo en la oscuridad del templo pueden provocar confesiones más íntimas que una sesión terapéutica. Pero, ¿cuál es nuestra devoción? En ocasiones olvidamos que la imagen no es un fin en sí mismo, que la hermandad es Iglesia y que la Iglesia es Cristo con un mensaje preciso. Los charlatanes de feria se prodigan en los mentideros cofrades y a menudo divagan en sus razonamientos, sin tener en cuenta la simiente religiosa.

En este sentido, los mejores propósitos quedan sepultados bajo debates absurdos sobre asuntos nimios. De igual modo, se aparta el Evangelio en pos de un relativismo mal entendido que da cabida a cualquier interpretación de la doctrina. Dudo sobre la posición que ocupa Cristo en este entramado y resulta oportuno pensar que ciertos cofrades se dan demasiada importancia. Los personalismos no tienen razón de ser en el seno de las Cofradías: aquí llevamos 2019 años con el mismo líder, y así debe seguir siendo.

 Las Cofradías tienen todo lo esencial en su seno, ¿por qué siguen buscando mecenas fuera de ellas? Las reverencias pueden llegar a ser irreverentes si al pasar por delante del Sagrario no hacemos siquiera un breve gesto de respeto. Ni la publicidad, ni la propaganda política ni la Historia pueden hacer cambiar la única verdad de todo: con oropel o sin él, siempre tendremos lo importante: Cristo Sacramentado.

Por ello, en estos días en que la liturgia se cuida sobremanera en los cultos de las cofradías es oportuno ceñirse al significado de cada uno de sus elementos. La fastuosidad con que se tratan las cosas de Dios tiene sentido porque el fin es Dios mismo. El sacerdote del que recibí por primera vez a Cristo rechazaba la suntuosidad litúrgica afirmando que solo necesitaba un alba y una casulla para celebrar la Eucaristía. Quizá los cofrades debamos volver a esa simplicidad para entender lo que es esencial y librarnos de nuestras devociones perversas.

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