Tribuna Cofrade

Salvador Gutiérrez Galván

El encuentro, ¿nuestra asignatura pendiente?

UNO crece lentamente en el camino de la fe para ir dándose cuenta de su  propia insuficiencia. Activas y ralentizas tu pulso espiritual  al calor de las eventualidades de cada día. Y no siempre nos pilla concentrados en manifestar la alegría del verdadero encuentro.  Porque los acontecimientos, la atmósfera y el devenir  terrenal  te van enredando sagazmente hasta aprisionarte, una vez más, en la telaraña de tu misma mediocridad. Vuelves a caer. Pero afortunadamente nos podemos reponer. ¡Qué hermoso recrearte estos días en la hondura del Evangelio como herramienta de renovación personal¡  Creo que la cuaresma debiera recordarnos siempre la importancia de nuestra responsabilidad como cristianos;  retomar la tarea perdida del encuentro.

En estos días me planteo con frecuencia cómo encarar diariamente el encuentro con otra persona. El Evangelio está lleno de los mejores ejemplos. De hecho casi todo se basa en el encuentro personal.  Jesús atiende a innumerables personas como tú y como yo. María Magdalena, Simón Pedro, Zaqueo y la mujer adúltera, la cananea y su hija, la hemorroísa y el ciego Bartimeo, Jairo y su hija, Lázaro, Marta y María de Betania, Mateo y Tomás, Felipe y Andrés, el joven rico y la mujer encorvada, Juan y Santiago, el hombre de la mano seca y el endemoniado de Gerasa, la viuda pobre y el sordomudo, José de Arimatea y Dimas, el buen ladrón, Nicodemo y el leproso agradecido, la suegra de Pedro…

Hoy, ahora mismo, estaré cerca de encontrarme con mi vecino, el amigo del bar, el compañero de trabajo, el conductor del semáforo, el hijo, el padre, la esposa o el desconocido. Y seguramente, como en otros muchos días, me toparé también con el encuentro inesperado. ¿Y cómo actuaré? ¿Le daré la misma importancia que a los otros? Alguien me recordará, incluso, que Jesús está en esa persona insospechada. Por lo tanto, esto del encuentro diario no parece baladí. Y si fuera así, ¿seríamos capaces de creernos esta aseveración tan aparentemente edulcorada de poesía enloquecida?  Porque una cosa son las palabras y otra los hechos. Hechos  que tú mismo vas a experimentar hoy, aquí y ahora, cuando dejes de leer este artículo. Ten por seguro que te vas a encontrar con alguien. Es posible que tu forma de actuar pueda cambiar para siempre la vida de esa persona. ¿Por qué no? Ha habido casos miles. 

La madre Teresa de Calcuta vivió adherida al encuentro constante. Quizás no el más deseado para muchos de nosotros; los pobres, enfermos, huérfanos y moribundos.  En situaciones de extrema desdicha fue capaz, como Jesús, de ofrecer raudales de amor y ternura  en cada uno de aquellos encuentros. No había mayor  receta que el cariño y el afecto. Si bien hablaba poco, cuando intervino en el sínodo sobre la vida consagrada afirmó sin rodeos: - “A nosotras lo único que nos interesa es Jesucristo. Las hermanas cuando van a visitar a los más pobres quieren ser transparencia de Jesús”. – Y nosotros, ¿qué importancia damos al simple hecho de toparnos con alguien?

El gran acontecimiento que a uno le puede ocurrir a lo largo de su vida, me relataba un fraile mercedario,  es encontrar a Jesucristo.  ¡Con qué alegría enunciaba esta proclama!, como si la hubiera hecho suya.  El propio Papa Francisco expresaba recientemente: - “Invito a cada cristiano a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo, a tomar la decisión de dejarse encontrar con Él, de intentarlo cada día sin descanso.”-  Sí. Puede que a estas alturas de tu vida, como yo, te sigas preguntando si verdaderamente es posible encontrar a Jesús en ese que tienes ahora a tu lado. Esa continúa siendo hoy nuestra asignatura pendiente. ¿Y si ese otro fueras tú? ¿Y si tu pudieras hoy mostrar a Jesús con tu sonrisa? Merece la pena probarlo. El resultado depende de Él.  

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