En estos días cuaresmales en los que nos encontramos inmersos, donde nuestros Cristos y nuestras Vírgenes lucen en sus altares de cultos magistralmente montados por esos equipos de mayordomía que nos demuestran año tras año que la superación en el buen hacer no tiene límites, Dios nos ofrece el privilegio de meditar, además de con la Palabra que se predica en los triduos, quinarios o septenarios, también con esos detalles que son capaces de hacernos reflexionar sobre los pesares que el ser humano tiene que soportar en la cotidianidad de cada día.
Muchas veces, por no decir casi siempre, el dolor y el sufrimiento lo vemos representado en el escarnio que nos muestra la imagen del Señor cuando todo su cuerpo se torna en un vergel de moratones y los hilos de sangre parecen empapar cada astillo del santo madero. Los clavos que traspasan esas benditas manos que unas horas se trocaron en fanal de la Eucaristía, nos están diciendo a gritos que Jesucristo, tras haber vencido a la muerte, es el que subirá a cada una de nuestras cruces para desclavarnos del pecado.
Pero la hermosa catequesis que disfrutamos al contemplar nuestros Sagrados Titulares, no queda ahí. Su Madre, la Santísima Virgen, nos invita a reflexionar sobre el dolor sin límites de tantas y tantas madres que también viven con la daga del sufrimiento clavada en la hondura de su corazón y de su alma.
La Madre de Dios, la que es Reina del celestial paraíso y que, como seña de amor hacia Ella nos desvivimos porque sus coronas, sus bordados, sus encajes, sus pañuelos, sus bambalinas, sus varales y sus flores realcen aún más si cabe su belleza y a la vez sean bálsamo para tanta pena, además nos enseña por medio de su llanto, de cada lágrima de cristal que se desliza en el lirio de sus mejillas, que su casi muerte en vida, es la misma que están padeciendo en la actualidad una infinidad de madres por diferentes motivos. La madre que sufre la enfermedad incurable de un hijo. La madre que, por esos derroteros negros que la vida dibuja sin avisar, tiene a un hijo prisionero de la droga. O esa madre que, casi sin poder, tiene que ayudar a que su hijo salga adelante a causa del desempleo, aun a costa de quitarse el pan de su boca para dárselo al que un día trajo al mundo con la mayor de las ilusiones. O aquella madre que….
Y es que Ella, Nuestra Amantísima Madre, la que es Misericordia, Esperanza, Soledad, Socorro, Refugio, Remedios, Paz, Consuelo, Dolores, Piedad… y tantas advocaciones con las que nos dirigimos hacia su persona, es la que lleva en cada lágrima de cristal el dolor de cada una de nuestras madres.
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