Tribuna cofrade

Ignacio García Pomar

Cuaresma

LA ciudad bulle en estos días transformándose en la luz nueva que la baña por las tardes. Parece que nunca ocurrió pero recurrentemente vuelven a nuestra mente los recuerdos de la cuaresma de nuestra infancia que nos empeñamos en buscar por los rincones de la calle del recuerdo. Aun así, por más que lo intentemos nunca llega a consumarse esa arcadia cernudiana donde todo tardaba una eternidad en suceder y luego se escapaba en un instante como la arena entre los dedos.

Las cuaresmas son distintas y ya no llegan sigilosas y secretas sino al bombo y platillo de internet y a caballo de las desquiciantes redes sociales.

Por eso hoy en día, bajo mi punto de vista, es necesario recuperar el sentido del recogimiento cuaresmal. Mirar a nuestro interior y al origen y la VERDAD de las cofradías. Dejar a un lado la brillantez de un abigarrado barroquismo amanerado en ocasiones hasta el extremo y abrazar la austeridad y la esencia de la Cruz que nos guía.

Ahora vendrán los días en que la luz irá ganando la partida a la noche, llegarán tardes sin final en las casas de hermandad entre candelerías limpias como una patena y pirámides de fuego entre flores que alumbran a Aquel que da sentido a nuestra vida.

La vida, que brotará por todas las esquinas en el nacimiento de la primavera nos recordará que Dios nos la dio y que como poco debemos defenderla desde el comienzo de su concepción hasta que el Señor del Sagrario nos lleve a su presencia.

La Cruz viva de Lampedusa nos grita y nos dice que Cristo sufre en cada hombre que sufre en el mundo y nos alienta a denunciar las actuales injusticias que pueblan esta tierra. No puede ser una cuaresma de omisión.

Todo se inunda de luz pero la soledad campa por los rincones de nuestras ciudades , en todos y cada uno de los marginados que viven en ellas, en los ancianos sin ilusiones que ven pasar los días en los asilos al margen de una familia y de una sociedad por la que se dejaron la vida.Existe el dolor en la desesperanza de los hospitales y en las casas donde el paro golpea duramente día tras día, existe ese capitalismo salvaje que se extiende como vaticinó San Juan Pablo II, pisoteando los derechos de los más débiles, existe la pena de los que han perdido recientemente a un ser querido, existe la cárcel de una muerte en vida a la que llaman depresión, existe en suma, una sociedad materialista e injusta que acaba engullendo a todos los que no pueden seguir su frenético ritmo.

Frente a esto las cofradías con su fondo y la fuerza que adquieren cada año con sus vivencias cuaresmales se tienen que plantear cada día donde y para qué están. Deben tomar conciencia que son el brazo fuerte de la Iglesia para cambiar este mundo.

Hoy me recuerdo en una pequeña capilla de la calle Porvera, en mi colegio, recibiendo la ceniza. Recuerdo el Crucificado de la Esperanza sobre el suelo frío, dejado caer en los escalones del presbiterio, bajando a la altura de los niños para mirarlos frente a frente.

Vuelvo la vista atrás y comprendo que aquella mirada entre espinas, sangre y dolor, es la que da sentido a las hermandades.

Comenzaba la cuaresma en los Marianistas, San Juan Bautista de la Porvera y el Cristo de la Esperanza nos abrazaba. Olía a incienso en nubes enormes y nos perturbaba el corazón aquello de “pulvis es et in pulverem reverteris”. Luego volvíamos a clase, pero ya sabíamos que la Semana Santa estaba cerca.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios