Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Tener muy mala IVA
Tribuna cofrade
Jerez/No podía yo ni siquiera imaginar al comenzar esta triste cuaresma que el momento más inolvidable que íbamos a vivir no se desarrollaría en Jerez, ni en otra ciudad de Andalucía, ni siquiera en España. No podía imaginarme que esto iba a suceder en Roma.
No sé lo que a otros les habrá parecido, pero al que esto escribe la oración y la bendición Urbi et orbi del Papa Francisco el pasado viernes en la Plaza de San Pedro ha supuesto uno de los acontecimientos que no podrá olvidar en lo que le quede de vida.
La presencia solitaria de Francisco en la solitaria plaza de San Pedro con la columnata libre de cualquier presencia humana hablándole al mundo frente a nadie es una imagen absurda en lo que a la lógica se refiere. No así en el sentido de la fe.
El pontífice anciano bajo la lluvia incesante que mojaba las dos imágenes más devocionales de Roma, el Crucifijo de San Marcelo y el icono de la Salus Populi Romani, que en ese mismo instante pasaron a ser el centro universal de la piedad popular, era la viva presencia de lo inexplicable pero que explicaba casi cualquier cosa.
Tras llegar andando a duras penas a los pies del Cristo y rezar ante él recordábamos ya sus palabras sobre Jesús en la tempestad y el sentido de la fe más profunda, entendida no tanto como creer en Él, sino ir hacia Él y confiar en Él. “Es el tiempo de distinguir entre lo verdaderamente necesario de lo que no lo es, de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor”
El Papa encorvado y en soledad ofrecía la pena de cada persona a los pies de Cristo y después de unos minutos postrado ante el Santísimo, se levantó cojeando y con la custodia en sus manos bendijo al mundo en la puerta de la Basílica frente a la plaza y la columnata de Bernini.
Una plaza vacía que paradójicamente nunca había estado tan llena, porque en ese momento todos estábamos allí buscando la Esperanza .La humanidad entera dolorida buscaba la luz.
Y Francisco, con su cojera su agotamiento, su frío y su fatiga se echo a la espalda todo el dolor de la humanidad recorriendo una nueva calle de la amargura en busca del Camino, La Verdad y La Vida.
Decía San Agustín “ Ser invisible no significa estar ausente”. El quinto Domingo de cuaresma del año del Señor de 2020 esas palabras adquirieron todo su sentido .Allí estaba el Señor, frente a la humanidad entera. Allí se manifestó en toda su grandeza el Gran Poder de Dios.
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