Desde hace décadas, tal expresión -otoño caliente- reaparece todos los agostos como un presagio cíclico de los muchos males que nos esperan a la vuelta del verano. Casi siempre, la cosa no fue para tanto y la normalidad pudo con augurios y algaradas. No es, por desgracia, el horizonte previsible para el año del Covid: hoy, a la vista de la tormenta perfecta que se nos acerca, el latiguillo puede quedarse hasta corto. Son tantas y tan graves las amenazas que acechan la estabilidad, la prosperidad y el desarrollo del país, que más que de un otoño deberíamos de hablar de un futuro caliente. Los rebrotes de la pandemia, sus incalculables consecuencias en lo sanitario y en lo social, la segura crisis económica que nos aguarda (larga, dura e insondable), el impacto de la misma en el empleo, las pensiones y el bienestar común, el desconcierto de la clase política ante un escenario pavoroso y nuevo, abocetan un mañana oscuro, extraordinariamente incierto, quizá aniquilador de los pilares de la sociedad presente.

Hay quien aguarda con miedo los días que llegan: agoniza nuestro universo y el destino se abisma en una sima desconocida. Pero junto a éstos, que son los más, hay también quien encuentra en el caos una oportunidad para implantar sus ideas. Reproduzco un párrafo del filósofo argentino Fabián Ladueña, acaso esclarecedor de esa paradójica serenidad que uno observa en determinada izquierda. Es posible sostener, afirma Ladueña, que "esta vez el SARS-COV-2 se ha transformado en el primer sujeto revolucionario no humano de la historia global". Cuando nadie creía en el ideal de la Revolución -añade exultante- un virus paralizó todos los resortes de la economía mundial e hizo colapsar las democracias occidentales. De ahí su contento que comparte, por ejemplo y entre otros, la activista india Arundhati Roy; "el coronavirus ha puesto a los poderosos de rodillas".

Sólo desde un adanismo estúpido, ruin e inhumano puedo comprender la alegría de cuantos entienden deseable asolar lo que somos para construir lo que seremos. Son ésos, por otra parte, los verdaderos términos del problema: la ultraizquierda considera el virus como un súbito y valioso aliado que le ayudará a imponer sus utopías. Cuanto peor, mejor y la inacción calculada acaba siendo una potentísima arma de lucha. ¿Explica esto algunas de las conductas que sorprenden en quienes nos gobiernan? A saber, aunque, créanme, yo ya no descarto nada.

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