Los otoños que perdimos

Primero perdimos los cielos, como escribió Romero Murube, ahora estamos perdiendo los suelos

Dicen los científicos, y yo me lo creo porque es un dato fácilmente objetivable, que el clima está cambiando y que vamos camino de tener solamente dos estaciones, el invierno y el verano, lo que conducirá inexorablemente a la desertización del planeta. Este mensaje de tintes milenaristas recae de forma subconsciente en los que precisamente tienen menos culpa de ello, aquellos que se sienten culpables por utilizar de vez en cuando una bolsa de plástico o tirar un envase de vidrio fuera de los contenedores reservados para ello.

La primavera hace tiempo que es cosa de unos días en los que el olor del azahar, la eclosión de las flores o las temperaturas agradables prestan la ocasión para que los poetas ripiosos canten a lo que es un momento efímero y lleno de tópicos. En pocos días el verano se suele hacer presente y los días calurosos y las noches sofocantes nos acompañarán hasta noviembre.

Siempre nos quedará el otoño, pensaba, estación romántica por excelencia, aquella que anuncian setas y castañas, la llegada de las primeras charlas al calor de una chimenea, la que llena de colorido el paisaje con el amarillear de los chopos, el rojo tenue de los cerezos y el color ocre de las hojas secas de los álamos. De la misma forma que los árboles de porte además de darnos sombra y oxígeno cumplen con la no menos grata función de tapar la fea arquitectura, las hojas caídas extienden una alfombra natural que oculta a nuestros ojos los horribles pavimentos que, a modo de marea gris, van haciendo desaparecer el clásico adoquín. Primero perdimos los cielos, como escribió Romero Murube, ahora estamos perdiendo los suelos y pronto perderemos la identidad, el alma, la intimidad.

El otoño ya no es lo que era, ese momento del año en el que la rutina se hacía presente y la ciudad permanecía intacta en sus más auténticas tradiciones. El horror vacui que se ha instalado en nuestra sociedad promoviendo el consumo desenfrenado y la diversión permanente, ha hecho del otoño una nueva bacanal mantenida a base de noches blancas, visitas gregarias a espacios que siempre deberían ser íntimos, costumbres foráneas como el Black Friday o el necio Halloween, hasta llegar a una pre-navidad, que no adviento, que incita al consumo vaciándola de su auténtico contenido. No habrá marcha atrás, las masas son así, pero algunos soñadores seguiremos a la recherche del otoño perdido.

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