Violetas y babuchas

Begoña García / González-Gordon

La paciencia de Pepa

Mi prima Bibiana, de niña, tenía una mujer que la cuidaba que se llamaba Pepa que tenía mucha paciencia, y una abuela que también llamaba Pepa. Mi abuela en cambio, no se llamaba Pepa sino Cecilia, pero también tenía mucha paciencia.

Además de paciencia mi abuela tenía las manos primorosas. Te sentaba a su lado, cogía un pañuelo blanco y lo convertía en un conejito de orejas muy largas, que metía en una cuna hecha con el hueco de su mano. Después le acariciaba el lomo con mucha dulzura y parsimonia y lo dormía susurrándole las palabras que ella consideraba adecuadas para dormir a los conejos cuando todavía son pequeños. Y cuando estaba ya casi dormido aquel animalito de mentirijillas, te lo acercaba para que lo acariciaras tú también, con más susurros y mucho protocolo. Y cuando más embelesada estabas, ya medio hipnotizada con tanta caricia y tanto susurro, de pronto -ups- el conejito pegaba un brinco y salía como un cohete catapultado al otro extremo del cuarto. Daba mucha risa el sobresalto. Tanto como el recuerdo del vuelo rasante de aquel pañuelo hecho un gurruño. Y te reías con una risa exagerada, un poco porque lo anticipabas y otro poco porque era lo que se esperaba de ti.

Después de realizar juntas aquel ceremonial de reírnos, abuela y yo pasábamos al siguiente, consistente en revisar el suelo entero del cuarto, hasta dar con el conejo. Y tras buscarlo y encontrarlo volvíamos al sillón, donde mi abuela, doblando y desdoblando con infinita paciencia, te enseñaba los pliegues que se requieren para convertir un pañuelo en conejito. O cómo hacer de una mano una cuna, doblando el dedo índice bajo un colchón imaginario, de forma que, al estirarlo, actúe como resorte y salga disparado su ocupante.

Ni un pañuelo, ni un conejo, ni siquiera una abuela (se llame Cecilia o Pepa), son garantías de un recuerdo de infancia feliz. La atención, por el contrario, no falla casi nunca. El niño que recibe una atención esmerada y en exclusiva, tiene muchas más papeletas para ser feliz que aquel que dejan a su aire. O al que atienden como parte de una piara, como ocurre en el colegio. Y si esa atención viene adobada de paciencia, ya, ni te cuento, es capaz de convertir en un tesoro el recuerdo más insignificante.

Bibiana González-Gordon ha cogido sus recuerdos de niña, que la paciencia de Pepa convirtió en tesoros, y los ha contado en un libro que de por sí huele a recuerdos. Formato, color, ilustraciones, diseño, hasta el tamaño de letra, son capaces por sí mismos de despertar al ayer. Será presentado el jueves de la semana que viene, 16 de diciembre, en González Byass, a las 8:30 de la tarde. Y lo presento yo. Puede sonar petulante, pero no voy por ello a callarme lo que pienso. Y lo que pienso es en decirles que no se lo pierdan.

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