Un país sin nombre

Nos contó que había cometido un delito letal. Se había enfrentado al sindicato de maestros

La historia nos la contó en un pueblo de Jaén un arquitecto que trabajaba en el mundo de las ONG por toda Latinoamérica. Éramos cuatro personas que habíamos coincidido en una visita cultural y terminamos compartiendo mesa y mantel. Nos presentamos, y cuando llegó su turno nos dijo que acababa de salir de un país centroamericano porque temía por su vida. Había cometido un delito letal. Se había enfrentado al sindicato de maestros. Proporcionalmente hablando los maestros de este país de selva y playas eran los segundos que más cobran del mundo y más de un 90% estaban afiliados al sindicato por temor a las represalias en el caso de no hacerlo.

La historia es terrible. Una mujer joven e indígena se la había contado. Cuando aún asistía a la escuela, fue violada por su maestro. Quedó embarazada y el maestro y ella se casaron para mantener una fachada de honorabilidad sobre su relación. Pasaron los años y se separaron, quedándose su hija fruto de aquella violación con su madre. Pero la niña tenía que acudir quincenalmente a visitar a su padre. Su madre se percató de que, tras los encuentros con el maestro, la niña de 14 años regresaba triste y silenciosa. Y también con el cuerpo lleno de moratones. Su padre la pegaba y la violaba. La madre denunció, pero la Policía le explicó que convendría olvidar la denuncia, puesto que el criminal acababa de ser nombrado miembro del Ministerio de educación, como responsable del área dedicada a evitar la discriminación por sexo. La mujer asustada retiró la denuncia.

Tras escuchar el relato, anonadados, le dijimos a quien nos había contado tal drama que por qué no darlo a conocer vía medios de comunicación, a lo que nos contestó que en aquel país narcos, mafias, Policía, Ejército se confundían todos ellos entre sí, que había muchos casos similares y que denunciarlo a través de su ONG pondría en riesgo la vida de los voluntarios. Le planteamos diversas fórmulas para contar una historia tan terrible, pero todas adolecían de la falta de testimonio de los testigos y al final desistimos.

Felicitamos al arquitecto, le mostramos nuestro pesar y apoyo ante las situaciones vividas, que él humildemente agradeció, mientras no paraba de repetir "que, como aquellas, había cientos de historias similares porque en un lugar donde había un 55% de analfabetismo, la democracia no funcionaba ". Nos despedimos y nos reincorporamos cada uno de nosotros con el corazón encogido y el estómago lleno a nuestros problemas del primer mundo.

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