HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Un país soñado

NOS gustaría vivir en un país civilizado donde el esfuerzo y el talento tuvieran prestigio social. La democracia no es desde luego un sistema político para que todos alcancemos el imposible de ser iguales, sino el de serlo ante la ley y ante las urnas y, aun así, con ciertas restricciones ante las urnas, porque el voto de los que casi sólo tienen obligaciones no debería valer igual que el de quien sólo tiene derechos. Pero el juego es así y cambiarlo no es sencillo. Lo que nos gustaría de verdad es que nadie tuviera que escoger "…la escondida/ senda, por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido…", porque no sé yo qué otra cosa se puede hacer en un ambiente tan poco propicio, donde los villanos triunfan sobre los héroes, y no al revés, como hizo Teseo: limpiar de delincuentes el camino de Trezén a Atenas, por tierra, más peligroso que por mar. Lo hicieron rey. Hoy no sería raro que lo hubieran ahorcado.

En el País Vasco se va a enseñar por fin a los niños más pequeños en un vascuence falso tejido con los dialectos de las ciudades y sus valles, con la idea de crearles un vínculo sentimental con un idioma, además de inventado como un nuevo esperanto, inútil en el concierto de las naciones. Cataluña inaugura una especie de "embajada" de la Generalidad, principio de otras que se abrirán en el futuro, y el alcalde de Puerto Real hace el saludo comunista con sonrisa, no se sabe si de héroe, si de haber hecho una gran hazaña o una travesura. España es muy grande y todavía quedan partes de ella que no se apuntan a desplantes chulescos, pero el mal ejemplo cunde más que el bueno. Tenemos la sensación de que la Historia de España no ha servido para nada y hay que volver a la Hispania prerromana y precristiana para entender algo de lo que pasa. Las autonomías deberían tener un tope para que no se convirtieran en Estados dentro del Estado.

A nadie parece preocuparle el asunto. Quizá no haya que preocuparse: España y su historia son lo suficientemente importantes como para que acaben con ella las torpezas y extravagancias de los políticos. Pero no podemos estar seguros. La ignorancia de nuestro propio pasado y la invención de otros pasado nuevos no es lo mejor que nos podía pasar; porque, luego, leemos otras historias: de la literatura, del arte, del pensamiento y de cualesquiera otras disciplinas que nos ayuden a comprender nuestras tradiciones culturales y costumbres y vemos que están en contradicción con los argumentos esgrimidos desde las palestras políticas. Nos unimos al despropósito o nos apartamos con prudencia y discreción, al sentirnos como bichos raros, ciudadanos de una nación inexistente. Creo que en Europa han empezado a reírse ya de nosotros. Primeros nos odiaron, nos combatieron y elaboraron la Leyenda Negra. Es una pena que todo esto no haya servido, al cabo, sino para inspirar risa.

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