EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Las palabras de Obama

AUNQUE los escépticos digan que la presidencia de Barack Obama no va a cambiar nada, hay algo que de momento ya ha cambiado, y es el excelente uso del lenguaje que hace Obama en un mundo que se expresa en la "neolengua" ininteligible de los economistas y de los políticos, o bien a base de las acusaciones pueriles o los alaridos de hooligans que se usan como argumento político en nuestros debates parlamentarios. En los tiempos en que la sintaxis está más agujereada que la contabilidad de nuestros grandes financieros, es bueno que un político le haya devuelto la dignidad y la belleza al lenguaje humano. Obama es un gran orador, y aunque la política no se hace con palabras, es un milagro que un político actual sepa hablar con la elocuencia de Lincoln, la claridad de ideas de Franklin D. Roosevelt y el entusiasmo lírico de Martin Luther King.

Por favor, hagan la prueba: repasen el discurso de Obama en su toma de posesión de Washington, y luego lean un discurso -o lo que sea- de Zapatero o de Rajoy. El experimento es extraordinario: es como escuchar un poema de Walt Whitman y luego un diálogo entre Mortadelo y Filemón. Al lado de la sintaxis balbuceante y de las ideas renqueantes y escasísimas de nuestros políticos, las palabras de Obama retumban con la contundencia de un predicador cuáquero subido a un púlpito de tablones de madera. Y aunque eso quizá no sirva de mucho, consuela saber que hay alguien en uno de los lugares más importantes del mundo que conoce el poder real de las palabras y sabe cómo usarlas.

Obama habla bien porque sabe lo que quiere decir y no le tiene un temor neurótico a la realidad, como les ocurre a nuestros Mortadelo y Filemón. Obama sabe de dónde viene y a dónde quiere ir. Cree en su país y conoce muy bien su historia, y por eso se atreve a evocar el espíritu de sus Padres Fundadores. En vez de confiar en la propaganda y en las cortinas de humo, tiene fe en la educación, en el esfuerzo y en la persuasión. Para él, el ciudadano no es un menor de edad al que hay que engatusar con una red asfixiante de subsidios que en realidad son mordazas o sedantes morales, sino un adulto que tiene que ser consciente de la realidad en la que vive y del valor de las cosas que posee. Por eso se atreve a pronunciar las palabras que aquí son tabú, palabras como sacrificio, valentía, esperanza, inteligencia, heroísmo o audacia. Y por eso tiene la grandeza moral de elogiar a sus oponentes, sin incurrir en esa arrogancia perdonavidas con que se tratan nuestros Mortadelo y Filemón. Y sólo por esa grandeza, sólo por esa generosidad, sólo por ese respeto al lenguaje -que es también respeto a la vida-, soy optimista con Barack Obama. Ojalá tenga suerte. Y ojalá salga pronto en España alguien como él.

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