La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Unas palabras de fray Carlos

No recuerdo al hábil político ni al inteligente mediador sino al franciscano que me regaló unas palabras

Hoy, que le dan tierra, quiero recordar, agradeciéndolas, unas palabras que me regaló el cardenal Amigo. No hablé tantas veces con él y cuando lo hice solíamos recordar nuestros distintos tiempos tangerinos -los míos fueron los de su predecesor, fray Francisco Aldegunde- y evocar la iglesia franciscana del Sagrado Corazón en la que el bueno de fray Isidro me preparó para la primera comunión en la catequesis que impartía en una pequeña, encalada, luminosa habitación que daba a un jardincillo, sentados los niños en unos austeros bancos sin respaldo. Un recuerdo luminoso y desde luego muy franciscano por el marco simple y hermoso -cal, flores, canto de pájaros- y por la bondad de fray Isidro, con quien mi padre mantuvo correspondencia muchos años tras abandonar nosotros Tánger y él, si no recuerdo mal, retirarse a acabar sus días en el santuario de Regla. Recuerdo sus cartas que encabezaba con una crucecita y el Paz y Bien franciscano.

Las palabras que fray Carlos me regaló en la única conversación seria que tuvimos -y entiendo que con un religioso la única conversación seria que se puede tener es sobre Dios- no tenían que ver con Tánger sino con el providencialismo, uno de mis talones de Aquiles en lo religioso. Hablamos de Bonhoeffer, Moltmann, Pascal… El cardenal me remitió -me acuerdo perfectamente- a Corintios 1, 10:13: "Fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito". Tras tanta teología, y viendo mi reticencia, me dio este sencillo consejo que él mismo se aplicaba: "Confía, que Dios nunca te pondrá donde su mano no te pueda alcanzar". Este fue su regalo. Han pasado muchos años y no lo he olvidado. Ni lo he dejado de agradecer. Sea este recuerdo mi homenaje.

No me interesa el hábil político, el inteligente mediador con las instituciones, el brillante cardenal, sino este fray Carlos. Que es también el que, enterado de la agonía de un profundo creyente y cristiano de base que jamás había aspirado más que a servir a la Cáritas de su parroquia -lo contrario de esos tirasotanas y besa anillos tan frecuentes entre quienes se tienen por caballeros cristianos-, se presentó sin avisar, solo él y el hermano Pablo, en su modesto piso para darle su bendición. Y me contaban los suyos la emoción con la que este hombre tan reacio a púrpuras y jerarquías la recibió.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios