últimamente, estamos asistiendo al cierre de tradicionales negocios de panaderías jerezanas. El motivo, parece ser, es la proliferación de establecimientos en los que se vende masivamente ese pan, esas barritas modernas, de precio más barato y de sabor y textura bastante discutible. Una vez más el mercantilismo prima sobre el paladar más exigente. El chusco, viena, mollete, suegra, trenza, rosca, bollo, hogaza se desvanecen ante el avance de las impersonales "baguettes".

Desde épocas ancestrales la triada mediterránea, vid, trigo y olivo, ha constituido el sustento fundamental de la sociedad occidental. Jerez, en época almohade, era famoso por los olivos, las vides, las higueras y el trigo. Se hablaba de una ciudad en la que el olor de las tahonas embriagaba el aire. En nuestra infancia, por las mañanas, el olor a pan nos acompañaba en nuestro camino al colegio. Durante la noche, afanados panaderos amasaban la mejor harina de trigo para llevar el producto de su trabajo hasta las mesas de nuestros hogares.

Pero hoy en día nos conformamos con poco. Somos todos un poco culpables, deberíamos exigir calidad. La rica gastronomía jerezana se debe acompañar de un pan digno. Bares y restaurantes no deben bajar la guardia en este tema. Ante facturas de varias cifras, el pan no sería lo que encarecería la cuenta. Además, con las excelentes teleras que existen en nuestras tierras, el tema parece de fácil solución. ¿Se imaginan un ajo campero sin un buen pan de campo?

El Padre Nuestro o Padrenuestro es la oración cristiana, o sea, de todo el orbe occidental por excelencia, creada por Jesús según los Evangelios. En él se reza: "Danos hoy el pan de cada día", resaltando la importancia real y simbólica del mismo. Yo, respetuosamente, apostillaría "Señor danos el pan", pero el pan de antes, el de toda la vida. El pan, pan.

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