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Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

La pandemia española

CUANDO hablamos de pandemia nos podemos referir a una enfermedad –como la que nos invade-, bien que afecte a muchos países, bien que ataque a casi todos los individuos de una localidad o región. Me quedo hoy, a modo de símil, con esta segunda acepción.

En medio de la confusión en la que vivimos, zarandeados por una situación inimaginable, preocupados, sorprendidos, incrédulos tal vez, desinformados con toda seguridad; teniendo todo el tiempo para muchas cosas, apenas si lo tenemos para apreciar con la perspectiva necesaria la más que preocupante realidad que, como ha sucedido en otras históricas ocasiones, nos supera.

España es una gran nación, lo dicen muchos –yo, también lo creo-; muchos lo han demostrado con memorables gestas, heroicidades únicas o proezas difícilmente repetibles; la Historia lo corrobora. Sin embargo, en circunstancias que superan la normalidad, como la presente, muchos de los trocitos de España, que somos los españoles, actúan como si la quisiesen desollar viva para mutilarla después, terminar por decapitarla y arrojarla a una fétida cloaca olvidad y oscura.

Observo, con rabia y desconsuelo, como las gentes se despellejan por defender lo indefendible; como, con deleite incomprensible –al menos para mí-, meten palos en las ruedas de la bicicleta del vecino en lugar de preocuparse en arreglar el pinchazo de la propia. Compruebo, queriendo dudar de lo que no se puede, una realidad amarga y triste de la que formo parte pero no quiero; un escenario doliente, angustioso y demoledor, en el que no querría figurar, pero ahí me colocó mi tiempo. Sufro la impotencia del no poder, la frustración de agarrar lo inalcanzable, la pena de tener que estar dónde no debiera ¿Es “esto” lo que en verdad hay? ¿“Esto” es, como se suele decir, “lo que tenemos”? ¿Es que nunca va a cambiar casi nada?Ya no diría enemistad, si no odio; no hablaría de disputa, más bien de encono y rencor; no palpo adversarios, veo enemigos acérrimos, absurdos, inútiles, irreconciliables… No se trata de convencer, si no de aplastar; no, de demostrar… de aniquilar; y, por supuesto, no de reparar, sanar y construir, pero sí de destrozar, herir y exterminar.

Se usa la mentira para “justificar” la tropelía; la amenaza para callar la alternativa; el golpe para doblegar la disidencia. Se quedó huérfana la ética, desamparada la moral; se arrinconan principios y se enjaulan valores. El razonamiento se cubrió de telarañas pegajosas, grises y densas, de las que no parece posible liberarse; la sensatez vagabundea por los últimos suburbios oscuros, pasto de malhechores desalmados; se aborreció la coherencia, se escupió en la decencia, se mató la grandeza.

Muchos, demasiados, de esos pedacitos de España a los que mi circunstancia –la que me determina- me ha encadenado en el tiempo que me ha sido dado para existir, se revelan como todo lo que no quiero ser, me agobia su estupidez, me hostiga la banalidad de sus aspiraciones, me enloquece la brevedad de sus mentes diminutas. Encerrado, ahora, en la quietud de un retiro forzoso, la imposibilidad de escapar hacia dónde tantas veces lo he hecho: la montaña o la sabana, la selva o el desierto, el campo o la mar, convierte en tangible lo sospechado: el español es hiena para el español –remedando a Plauto-.Para ser un gran país es necesario que las partes, hijas del todo del que salieron, mantengan la capacidad de encajar entre sí, para que, llegado el caso, el todo vuelva a ser posible. Para ser un gran país es imprescindible un poderoso sentimiento colectivo que, por encima de individualismos oportunistas, conserve fijo el rumbo común; la fuerza noble de la unión de todos ha de situarse muy en lo alto de las mezquindades de algunos.

Es un hecho que los españoles no hemos hallado vacuna efectiva contra nuestra particular pandemia, esa a la que me refería en el título de este artículo, la que varias veces nos ha destrozado en el pasado, esa que hoy, en estos tiempos extraños y determinantes, nos vuelve a poner en el sitio que, tal vez, merezcamos: al borde del abismo.

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