El papel de Andalucía

Andalucía reúne condiciones para iniciar una ofensiva política que exija la igualdad de todos los ciudadanos de España

Días pasados, en el Parlamento andaluz, el Partido Socialista ha tenido un gesto a la vez de desafío y de dignidad. Era lo que cabía esperar en momentos tan decisivos para la democracia española: una denuncia nítida y clara de las maniobras separatistas y, como consecuencia necesaria, un tácito apoyo al Gobierno que en estos momentos representa la legalidad. Mantener a estas alturas, como se hace en Ferraz, zonas de ambigüedad y ofrecer "diálogo" a quienes sólo buscan la más airada confrontación, resulta ingenuo, y revela un peligroso oportunismo personal. Bien jugada, pues, en el Parlamento de Andalucía, esta carta, tanto en lo moral como en lo político. Pero la partida va a continuar a partir de hoy, con envites aún mucho más serios y los socialistas andaluces deberían reflexionar y prever cuál va a ser su papel. Sobre todo cuando se entre en duras negociaciones (no en ilusos diálogos platónicos) y, de una forma más o menos enmascarada, se intente contentar a Cataluña -para que vuelva al redil- con nuevos privilegios. Ante esa situación, el partido gobernante en Andalucía puede tener el reflejo instintivo habitual, como en anteriores ocasiones, de batallar para conseguir lo mismo. Es decir, competir para situarse en el pelotón de cabeza, aceptando así, de partida, las asimetrías existentes y las nuevas que puedan concederse. Pero consintiendo que ciudadanos españoles de otras regiones se queden atrás, afectados por un reparto trasnochado e injusto de privilegios.

Pero quizás ha llegado la ocasión, aprovechando el impulso solidario de la reciente votación parlamentaria, de comprometerse con un nuevo horizonte de expectativas, en el que impere una lógica insoslayable: todos los que viven en España son ante todo ciudadanos, con derechos y obligaciones equiparables. Después, que cada uno elija las imágenes, símbolos, banderas y cantos que más le guste. No es tarea fácil, pero antes o después deberá plantearse. Y quizás este es el momento de tenerlo como objetivo. La justificación de la existencia de derechos históricos o privilegios territoriales es una falacia, con resabios feudales, que distorsionará siempre cualquier reforma que los incluya. Como dice el refrán, más vale ponerse de una vez colorao que cien amarillo. Y si esto no se ataja, cada día, como ayer, el nacional-populismo intentará ponernos amarillos. Andalucía, por muchos motivos, reúne condiciones para iniciar una ofensiva política que tenga como meta la exigible igualdad de todos los ciudadanos de España.

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