El papel del papel

Los periódicos en papel, además de la información, ofrecen placer, paz y reflexión

Signo de los tiempos: sufrimos en medio del hedonismo. La pérdida de placeres está directamente relacionada con el ansia con que los demandamos. El consumo de ansiolíticos y el aumento de depresiones en esta apoteosis del disfrute y el ocio así parecen indicarlo. Otro placer en peligro de extinción es el periódico en papel.

Las cabeceras tendrían que sacar más partido al epicureísmo que propician. Podrían fichar de publicista a Philippe Delerm que, en el libro (significativamente de hace 25 años) El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, hace una deliciosa defensa de lo que supone leer el diario en el desayuno. Hay una diferencia ontológica entre leer la prensa en electrónico, como hago con tantos medios, y hacerlo en papel, como con nuestro Diario.

Delerm exulta en la extrañeza de "comulgar con el mundo en la paz más perfecta". Hay una relativización de las malas noticias, quizá gracias a que el papel no es conductor de la electricidad como los otros dispositivos. La actualidad aquí no te electrocuta. "Oír las mismas informaciones en la radio sería ya precipitarse en el estrés de las frases martilleadas a puñetazos", constata el autor francés, y ¡qué nos va a contar! Y se demora, voluptuoso, en explicarse las razones de esa paz. Una nos interpela íntimamente a los lectores del Diario de Cádiz, que es uno de los periódicos más antiguos de España, fundado en 1867. Eso produce un efecto balsámico: "Bajo la perennidad de la cabecera, las catástrofes del presente se tornan relativas", apunta Delerm. Es lógico. ¿Qué no habrá visto -guerras, revoluciones, restauraciones, crisis, ilusiones…- nuestra cabecera en sus 155 tacos? Tampoco se le escapa lo mejor: "Las noticias de ayer: ese falso presente". Internet, la radio, la televisión dan las noticias inmediatamente.

El papel se toma su mínimo tiempo, que, por contraste, parece más, pero que es lo justo para que suspiremos aliviados. Si una noticia que pretendía ser el fin del mundo se lee al día siguiente, esas 12 horas cambian todo.

El papel, la paz, el silencio y el tiempo contribuyen a dar más protagonismo (perdonen la oratio pro domo sua) a las columnas de opinión. Delerm: "Y las columnas sensatas cobran más relevancia que lo sensacional". La reflexión requiere reposo. Si no, sería flexión. Y resume Delerm la experiencia: "Leemos que el mundo se asemeja a sí mismo, y que al día no le urge esperar".

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