Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

La paradoja de lo estúpido

Una usuaria de autobuses urbanos mira el reloj.

Una usuaria de autobuses urbanos mira el reloj.

PARECE que seamos los humanos una pura contradicción. Somos, tal vez, la más compleja, y completa, estructura biológica de la naturaleza, pero casi nunca nos comportamos haciendo honor a esta premisa:

Se nos regala un milagro: la vida. Fabulosa, única, irrepetible, pero también, y por fortuna, llana, simple, sencilla. Así es como nos llega y es así como deberíamos asumirla y aplicarnos para conducirla, y realizarla... Muy sin embargo, nos empeñamos en hacerla tan complicada, ¡tanto!, que terminamos por empujarla lejos de nuestras posibilidades: es la que llamo “paradoja de lo estúpido”, que no es otra que la que expresa, bien a las claras, la inconmensurable torpeza que lastra la más exquisita inteligencia del Planeta. Tanto enmarañamos la vida que nos llega, que terminamos por hacérnosla inmanejable, quitándole la enorme capacidad que guarda para que, con ella, habitásemos el disfrute. Son demasiadas las ocasiones en las que empleamos nuestro conocimiento, no para ser felices -fin, primero y último, de nuestra existencia-, sino para tratar -inútilmente, he de decir- de parecer, y aparecer, ante los demás como nos gustaría que los demás nos considerasen, y contemplasen. Echamos, muy a menudo, por tierra, o desperdiciamos, o derrochamos, el único bien cuya posesión y dominio queda, por completo, fuera de nuestro alcance: el tiempo. Pretendemos dominar “El Tiempo” … cuando ni siquiera somos capaces de ser lo consecuentes que debiéramos para sacar provecho del único de sus hijos con el que se nos permite compartir mesa y mantel: “nuestro” tiempo. Dejamos que lo superfluo nos ocupe y preocupe, que nos invada, que nos subyugue… entre tanto, por otra vía de la estación, pasará, veloz, el tren que nos ama. Con el andén vacío, sin pasajero que lo aguarde, no detendrá su marcha… no volverá la ocasión.

Buscamos la amistad, enloquecemos por el amor, clamamos por compañía, reclamamos, casi con desespero, comprensión. Y bien… llega el amigo… pero le fallamos; nos envuelve el amor… lo manchamos; nos regalan compañía… la defraudamos; logramos algo de compresión… la despreciamos. No se puede así.

La facultad de deducir; de poder sacar conclusiones evaluando premisas; de pensar y comparar, evaluar y decidir; o sea, la capacidad intelectiva: nuestra inteligencia; nos otorga todo un universo de posibilidades, y cuando digo “universo”, lo hago porque quiere significar que son tan “infinitas”, al menos, como lo es él. Ceñirnos a lo cutre, establecernos en lo mediocre, alabar lo vulgar, enaltecer la mezquindad, perdonar al miserable de espíritu, aplaudir al buscón, imitar al oportunista, difundir la calumnia… olvidar la traición, degradar la superación, menoscabar el esfuerzo, despreciar la excelencia, son muestra de los peores síntomas, que no hacen si no confirmar un diagnóstico fatal y sin tratamiento: incurable y mortal.

No anden por ahí adelante dándose cabezazos contra muros repletos de obscenidades mentales y estupideces sociales; dense de porrazos contra las contradicciones que han escrito, día a día y noche tras noche, en sus propias vidas. Estamos obligados a exigirnos, al menos conservar, ya que no mejorar, los talentos que hemos recibido. Buscar culpables en los que descargar responsabilidades que nos pertenecen para “aliviar” vergüenzas propias, ni es de recibo ni es leal a nosotros mismo ni nos conducirá a nada que pudiese resultar provechoso. Es imprescindible afrontar errores, reconocer faltas, rectificar afrentas; es necesario asumir humildades, olvidar vanidades, desechar orgullos innecesarios y perjudiciales.

No vamos a ninguna parte, no estamos aquí para perseguir “a toda costa” – a costa, incluso, de la vida, única e irrepetible, que tenemos- un destino que, ni nos pertenece ni podemos elegir con la certeza de que se nos va a conceder. Estamos para vivir, y esto, de modo ineludible, implica mantener la coherencia con nosotros mismos, con lo que, en verdad, queremos ser. Habrá quien poco, o nada, merezca; habrá quien ni haber “estado” merezca; habrá quien lo merezca todo y quien, por un minuto a su lado, lo hagamos todo para merecerlo; eso ya es cosa de unos y de otros, de todos los que estamos, y somos, “en la viña del Señor”, pero en tanto estamos en ella, huyamos de la paradoja de lo estúpido, pongamos, en el altar de la coherencia, una vela a la ética y otra a la lealtad; nos irá mejor a todos, y lo que más importa: haremos que les vaya mejor a los que nos importan.

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