HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La paridad

la tendencia a que figuren el mismo número de hombres y mujeres en las listas electorales, instituciones públicas y privadas y órganos de gobierno de entidades por insignificantes que sean se llama paridad. Es una de las formas, quizá la más visible, que tiene la sociedad contemporánea de proclamar la desigualdad de los sexos. Ha sido un invento contradictorio y neurótico de la aún llamada izquierda, imitado por la derecha acomplejada. Parece que se quiere dar a entender que las mujeres son más de izquierdas y más progresistas que los hombres, o que nacen con talentos y méritos de los que los hombres carecen. No creemos que haya otra manera más disimulada, y a la vez más notoria, de establecer desigualdades. A los cargos de responsabilidad, sean o no importantes, se debería acceder por méritos propios, de manera natural y no forzada, del mismo modo que hombres y mujeres nacen iguales.

Nacemos iguales ante la ley, pero luego se manifiesta claramente que ni todos los hombres son iguales entre sí, ni todas las mujeres tampoco. Hay inclinaciones y habilidades que se desarrollan mejor en un sexo u otro, y luego hay grados de inteligencia y de talento que la naturaleza reparte caprichosamente sin hacer acepción de personas ni de sexos. A las sociedades humanas lo que les ha interesado desde tiempos remotos es estar bien gobernadas. La guerra y la maternidad condicionaron el papel de la mujer durante siglos y, se niegue o no, aún lo condicionan, aunque en menor medida que en otros tiempos. Para gobernar una nación con talento político, firmeza y justicia igual sirve un hombre que una mujer, pero no debe forzarse, porque ser hombre o mujer no añade ningún mérito a la persona, si ya no lo tiene de por sí y ha sabido educarlo y potenciarlo. La correcta paridad lo que hace es entorpecer el sentido común.

Un buen gobierno será siempre el de los mejores, no el de un sexo u otro. Para todas las cosas de la vida es conveniente tener mente abierta y ágil, prudente y sensata. La izquierda se opuso al voto femenino durante la II República porque sabía que las mujeres eran más conservadoras que los hombres. Como estrategia política, fue un ejercicio de buen sentido. Aún sigue siendo así, lo que ocurre es que las minorías feministas vociferan y arman mucho ruido e impulsan leyes que son el escándalo de las sociedades civilizadas. Pero son minoría, ni siquiera minoría significativa. En las dictaduras hermanas comunistas y fascistas no hemos conocido ninguna mujer jefe de Estado o de gobierno y habría que buscar con lupa ministras de ramos comprometidos y delicados, si es que las hubo; pero en una democracia las mujeres conservadoras que han accedido a altos cargos no son raras. Luego la idea de que la paridad es justa, natural y de izquierdas es fruto de la indigencia mental que nos destruye.

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