Habladurías

Fernando Taboada

El todo por la parte

PERDÍ la apuesta que hice con José María de la Flor. Después de leer un artículo mío (donde me dio por criticar a una alcaldesa socialista) él insistía en que el primer insulto que iba a recibir a cambio sería el de machista. Por aquello de hablar mal de una señora. Yo, sin embargo, aseguraba que no, que mucho antes me afearían el gesto de burlarme de alguien perteneciente a un partido de los llamados de izquierdas, y que en buena lógica empezarían por decirme fascista. Aunque el desenlace fue apretado, pues me acusaron de ambas cosas casi a la vez, debo reconocer que la ronda me tocó pagarla a mí. Fui condenado primero por machista. Poco después por fascista. Y luego por ordinario y por bárbaro. ¿Qué le vamos a hacer?

Llama la atención la cantidad de precauciones que hay que tomar cada vez que se critica a ciertas personas. Los riesgos de ser malinterpretado son enormes. Uno piensa que, gracias a los avances en materia de igualdad, va a poder expresarse a sus anchas sobre quien haga falta y sin reparar en estas cuestiones del género. Pero en el fondo hay tantos prejuicios que, de momento, por criticar a una señora ministra, hay que dar mil explicaciones para justificar que no se la critica por señora, sino por ministra, y que si criticamos una novela muy mala de un escritor homosexual, nada tienen que ver los gustos extraliterarios de quien la escribió, sino el simple hecho de que el libro nos pareció bastante malo. Y viceversa. Tampoco entiendo a esos bobos que, para reconocer que le gustan los libros de Antonio Gala, tienen que apostillar inmediatamente: "Y que conste que no soy maricón."

¿Acaso es un xenófobo alguien por criticar a Pinochet? Pues habría que pensárselo dos veces antes de hacerlo, pues, que yo sepa, era tan sudamericano como Rigoberta Menchú. ¿Y es racista el que censura a Idi Amin, que era -por este orden- negro, dictador y caníbal?

A mí Carmen Polo no me caía especialmente bien, pero ya no me atrevo a decirlo en voz alta, no sea que ofenda a la gente que, como ella, nació en Oviedo, o a las mujeres en general, sean asturianas o no, o a aquellas, como mi tía, a las que bautizaron con el nombre de Carmen. Y habrá que tener más cuidado a la hora de opinar sobre personajes como Millán Astray. ¿Acaso cabe censurar a alguien al que le faltaba un ojo y era manco sin faltar a los tuertos y al resto de discapacitados?

Por fuerza me tengo que acordar ahora de aquellos grupos de lesbianas, en Estados Unidos, que se manifestaron junto a los cines para impedir que el público entrara a ver Instinto Básico. Según decían, era un ultraje para ellas el hecho de que su protagonista, que también se lo montaba con señoras, fuera tan malísima. Censuraban que sacar a una asesina lesbiana era como decir que todas las lesbianas llevan una asesina dentro. El mismo asesino, claro, que llevan los tipos que usan sombrero desde que se rodó El Bueno, el Feo y el Malo.

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