La tribuna

José Manuel Cervera

¿Qué le pasa a Europa?

QUÉ te ha sucedido, Europa humanista, paladina de los derechos del hombre, de la democracia y libertad?". Con ese interrogante, el papa Francisco recogía el pasado viernes el premio Carlomagno y reclamaba romper muros, construir puentes y que pusiéramos al día la misma idea de la construcción europea. La pregunta del papa Bergoglio dista mucho de ser retórica, porque en los últimos años se han ido sucediendo acontecimientos que están poniendo en cuestión los cimientos en que se basa la propia Unión Europea, y que comenzaron a colocarse el nueve de mayo de 1950, con la famosa Declaración Schuman, motivo por el cual celebramos hoy el Día de Europa.

De entre esos sucesos negativos, destaquemos tres, evidentemente interrelacionados unos con otros.

El primero, la forma en que se ha gestionado la crisis económica. Para millones de ciudadanos del continente, especialmente de los países del sur, la política europea ha aparecido como la causa directa de una situación de empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras, recortes de salarios y pérdida de derechos sociales. Un pilar central del proyecto europeo, el social, ha sido puesto en cuestión por el empecinamiento en una política errada y de graves consecuencias para las personas.

El segundo, a partir de este caldo de cultivo, es el nuevo fantasma que recorre Europa, el del nacionalismo. En algunos países se presenta como antieuropeísta (nos irá mejor sin Europa); en otros es antiinmigrantes (nos irá mejor sin extranjeros). En otros lugares busca la separación de territorios que llevan siglos unidos (nos irá mejor fuera del Reino Unido, o de España). Es un movimiento antihistórico que vuelve a poner en el centro la soberanía y la identidad nacionales, cuando, a estas alturas, lo que importa realmente no es gestionar la independencia, sino la interdependencia.

Y el tercer asunto capital es la incapacidad demostrada por la UE para hacer frente a situaciones críticas como la de los refugiados, las olas migratorias o la propia crisis económica, incapacidad que tiene mucho que ver con el déficit democrático con que aún cuentan las instituciones decisorias de la Unión Europea. El Parlamento Europeo es elegido por sufragio universal, pero la verdad es que las políticas europeas no se deciden allí, ni en ninguna otra instancia representativa, y eso lo notan los ciudadanos. Se extiende una justificada y creciente sensación de que hay poderes oscuros, principalmente económicos, no sometidos a la voluntad popular, que son los que nos dirigen realmente. Y la impotencia de las instituciones democráticas, nacionales o europeas, ante el poder capturado por esas otras fuerzas es un peligro real para la democracia.

En contra de lo que piensan algunos, no creo en absoluto que estas circunstancias, por graves que sean, supongan un declive terminal de la Unión Europea. La mejor forma de vislumbrar el futuro, decía Churchill, es conocer bien el pasado. Y, en ese sentido, recordando a Schuman, repitamos que "Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas". Así se ha avanzado y así debemos seguir haciéndolo.

Porque Europa sigue siendo la primera potencia mundial, la más democrática, la más productiva y la más social al tiempo: con el 7% de la población mundial, producimos el 25% del PIB y sostenemos el 50% del gasto social de todo el mundo. De la Unión Europea salen, además, el 65% de las ayudas al tercer mundo que se conceden cada año. Todo eso explica que el poder de seducción de nuestra vieja Europa siga siendo altísimo. Cuando se le pregunta a la gente de terceros países a quién quieren parecerse, en torno al 50% dicen que a Europa, cerca del 25% responden que a Estados Unidos y sólo a un 5% les gustaría que su país fuese como China.

Es decir, ante la ola de escepticismo que nos invade, parece como si todo el mundo quisiera ser europeo, menos muchos europeos. Hay que romper esa dinámica y la mejor forma de hacerlo es un impulso desde abajo, desde la ciudadanía, sobre la base de los fundamentos más sólidos que tenemos que son, precisamente, nuestros valores de libertad, democracia y justicia social.

En el pasado, el enfrentamiento entre europeos sólo nos ha traído desgracias, muerte y aniquilación de nuestros valores fundamentales. Por el contrario, la Europa unida nos ha garantizado el mayor período de paz, libertad, desarrollo económico y progreso social de nuestra historia. Trabajemos por fortalecer esa unidad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios