Francisco Javier Domínguez / jorge / bezares

Cuando el pasado importa La resaca

Felipe González ejerce de 'padrino' de Rosa Aguilar en un almuerzo-coloquio en el que se escenifica que las rencillas de los tiempos de los GAL ya han desaparecido porque es momento de apoyar a Rubalcaba

Felipe González y Rosa Aguilar tienen un pasado y un presente común. Ayer se comprobó en el almuerzo coloquio que ambos compartieron en Córdoba con cargos, periodistas, empresarios, representantes de la universidad y militantes en general. Más de 300 personas escucharon las intervenciones del ex presidente del Gobierno y de la ex alcaldesa. Ninguno de los dos optó por el modelo mitin. Es más, pasaron de puntillas por la figura de Rubalcaba. Se habló más de planteamientos económicos y sociales que de campaña. Se habló de Europa. Surgió una especie de banquete de reivindicación socialista del pasado y de lo que debe ser el futuro. Se recordó tanto el pasado -González destacó sus méritos con decenas de cifras- que hasta se preguntó a ambos en el turno de preguntas de los asistentes por el episodio de los GAL, momento en el que todos tenían en mente cuando Aguilar acusó a Felipe González de "tener las manos manchadas de sangre". En ese punto, los dos colocaron el presente por encima del pasado y se conjuraron para decir que estaban "a gusto" el uno con la otra. Surgió entonces la causa de su nexo actual, que se llama Alfredo Pérez Rubalcaba, y González y Aguilar señalaron casi al unísono que ellos están ahora juntos porque quieren apoyar el proyecto del candidato. "Lo demás tiene más morbo de la cuenta y estoy a gusto, tan a gusto que se nota hasta qué punto estoy a gusto", señaló González. Al instante, Aguilar lo certificó: "Estamos a gusto". Palabras que contrastaban con la aparente frialdad entre ambos. La complicidad, más allá de la comparecencia, fue casi inexistente.

Quienes esperaran más respuesta se equivocaron, aunque, como insinuó el moderador, buena parte de las cuestiones que se les plantearon giraban en torno a este recuerdo del pasado, de un pasado en el que González gobernaba España y al que viajó en distintas ocasiones para realizar un ejercicio de política comparativa y demandar que Europa sea más Europa. Lo del pasado de Aguilar es distinto. Uno de los objetivos que tenía la cita de ayer se centraba en identificar ya en el primer tramo de la campaña a Rosa Aguilar con el PSOE, por aquello del pasado, y aunque colocar de padrino a Felipe González chirriaba un poco, precisamente por el pasado y no sólo por lo de los GAL, quién mejor que el gran referente de los socialistas españoles para impulsar la presencia de la ex alcaldesa de IU en la lista al Congreso. Así, los de la línea más purista del partido echaron en falta más contenido tipo mitin y cuando Aguilar -incómoda como telonera- intervino, el runrún del salón se disparó hasta el punto de que la transmisión del mensaje se hizo complicada. Cuando habló Felipe, eso sí, se hizo el silencio. Básicamente, el ex presidente pidió que la UE no se centre sólo en la moneda, sino que se vaya hacia una "federalización" que posibilite mayor unión fiscal, mayor solidaridad, evitando en lo posible que Alemania y Francia lastren la salida de la crisis. En lo que podríamos llamar una conferencia de macroeconomía de González, pues la puesta en valor de Rubalcaba quedó en su segundo o tercer plano, González pidió decisiones europeístas "para evitar que se pare la economía, pues estamos ligados a Europa para lo bueno y para lo malo y ahora Europa no se gobierna bien" y recordó que el Gobierno europeo "no puede ser Alemania, menos ahora". Para él, buena parte del problema se resolvería con que el BCE estuviera dispuesto a adquisiciones de deuda como las que acomete la Reserva Federal. Además, añadió, los problemas de la economía española no residen en el endeudamiento público, sino en el privado.

González repitió aquello de que él es un firme defensor de la economía de mercado y recordó cómo esto le costó, también en el pasado, muchas diatribas internas en su partido y, sobre todo, con el partido al que entonces pertenecía Aguilar. Y defendió que "no hay democracia sin mercados, pero si puede haber mercados sin democracia", por lo que sustanció esta parte del discurso en que los mercados y la democracia son "una pareja desigual". Quizá por ello lo ideal es que ambos conceptos vayan juntos y se unan en negociaciones como la de la Política Agraria Común, en la que está inmersa la ministra, que se quedó sola ante el peligro cuando González abandonó el acto porque se iba a Cádiz. En ese momento, Aguilar afrontaba su presente, aunque muchos, quizá también González, no olvidan su pasado. Por momentos se hizo demasiado evidente.

TODOS los sondeos urgentes encargados por medios de comunicación, excepto el de Público, coincidieron finalmente en que Mariano Rajoy ganó el cara a cara a Alfredo Pérez Rubalcaba, por un estrecho margen. Con todo a su favor, sobre todo con la crisis y el paro como arietes infalibles, el gallego se limitó a no meter la pata ostensiblemente y a insistir en que su partido representaba el cambio que necesita España. Para ello, miró hasta 600 veces los papeles que llevaba encima y leyó directamente algunas de sus intervenciones más relevantes. Pese a esas formas poco brillantes y a que eludió pronunciarse sobre algunos asuntos poco claros en su programa electoral -financiación sanidad pública, prestaciones por desempleo y matrimonios gays-, salió, si cabe, más presidente del Gobierno.

En lo que resta de campaña podrá dedicarle algo más de tiempo a conocer España -así se aprenderá que Cazalla y Constantina no pertenecen a la provincia de Cádiz sino a la de Sevilla-, o a preparar el debate de investidura o a perfilar su primer Gobierno.

Por su parte, Pérez Rubalcaba le facilitó el camino a Rajoy. Aunque le buscó contradicciones de forma machacona en un intento de que aflorara el programa oculto del PP, asumió en sus intervenciones el papel de líder de la oposición pronto y sin complejos. Cuando acusó al popular de preparar una reducción de las prestaciones por desempleo se dirigió en dos ocasiones al gallego como si éste hubiera ganado ya las elecciones. Curiosamente, el minuto de oro del debate se produjo en este preciso instante. Muy por encima de los 13 millones.

Puede que este rol fuera un error, pero lo más normal es que el candidato socialista, visto cómo evolucionan los sondeos, decidiera asumirlo premeditadamente para lanzar un mensaje de continuidad a los suyos tras el 20-N; es decir, el cántabro le dijo a los socialistas que quiere ser el secretario general del PSOE sea cual sea el resultado electoral. Convencido de que la victoria de Rajoy es ya imparable, prefirió mirar hacia el futuro, un futuro lleno de dificultades para un Gobierno popular que recibirá mucho crédito pero que tendrá que devolverlo en poco tiempo. Esta crisis está poniendo de manifiesto su enorme voracidad política. En Grecia, por ejemplo, la crisis se ha llevado ya por delante a dos Gobiernos, en Irlanda y Portugal, los partidos gobernantes perdieron las elecciones. Y en Francia y Alemania, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel van por detrás del centro-izquierda en las encuestas. En Italia, la inminente caída de Silvio Berlusconi pudiera abrir las puertas del poder a la izquierda. A estos movimientos pendulares pareciera haberse encomendado el candidato socialista.

Más allá de ese papel de perdedor, Pérez Rubalcaba sí logró pescar algunos votos en el debate en el mar de votantes socialistas indecisos. Pero posiblemente no sirvan ni para maquillar la derrota.

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