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En Matadero Cinco, la novela de ciencia-ficción de Kurt Vonnegut, es uno de los personajes secundarios de la historia el que lanza la idea fundamental: "Después de esto, la gente va a necesitar una patraña bien grande para querer seguir viviendo". Esto fue el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde al final de la Segunda Guerra Mundial, una decisión nunca bien explicada por parte de las fuerzas aliadas que se saldó con miles de víctimas y una urbe arrasada cuando el ejército de Hitler ya estaba claramente derrotado y la resolución de la contienda estaba cantada. La patraña la puso un bandeja un alter ego de Kurt Vonnegut, Kilgore Trout, con una historia delirante de platillos volantes y viajes en el tiempo. Matadero Cinco, recientemente reeditada por Blackie Books, ahonda en una particularidad curiosa de la especie humana: cuando la realidad resulta insoportable, su capacidad para inventar realidades alternativas nunca deja de ser asombrosa. Pensaba en todo esto leyendo la entrevista con Javier Cercas publicada en estas páginas por mi compañero Francisco Camero: en relación a la evolución del procés en Cataluña, Cercas reclama la figura del traidor necesario, el que asume la responsabilidad de salir a la luz pública y decir, no, oigan, era todo mentira. Una figura que, claro, todavía no ha dado la cara.
El procés es un ejemplo de libro de la febril disposición a la ficción señalada por Vonnegut, con un arraigo colectivo digno de servir de objeto de estudio durante largas décadas. Es una parte no pequeña de la sociedad catalana la que ha asumido que ya no tiene nada que ver con España, que los castellanoparlantes son colonos, que todo lo que huele a español es un instrumento de ocupación y que la libertad pasa por convertir en extranjeros a la mitad de la población. Todo, como bien precisa Javier Cercas, utilizando a los catalanes, a todos, a modo de papel higiénico. El procés es, sí, un caso ejemplar, pero no el único. Desde la llamada a asaltar los cielos del 15M la utopía se ha alzado no a favor de todos, sino en virtud del derecho de admisión, lo que sirvió en bandeja la reunificación y proyección de la nostalgia más rancia y aberrante del franquismo: dos modelos de patraña con un poder de sugestión bien demostrado. Los que pretendían abrirnos ojos para que viéramos cómo fue en realidad la Transición, como si no lo supiésemos a estas alturas, traían consigo sus platillos volantes a precios de saldo.
Resulta cada vez más improbable que aparezca el traidor necesario, el que confirme que todo esto era mentira. Porque el precio de la verdad sí es ya demasiado caro.
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