EL pasado lunes se celebró el día de la Hispanidad con un festejo desaliñado a causa del coronavirus pero que dejó un sabor de dignidad por no haber olvidado el día nacional de nuestra patria. Pero, ¿qué es la patria? De acuerdo con la RAE, es la tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. En efecto, es el territorio situado en algún sitio del mundo, delimitado por fronteras, donde se tiene la experiencia de nacer, de ser aceptado y apreciado. Es un lugar donde la convivencia con otros nos reafirma como uno más de los habitantes que comparten no sólo una región, sino una cultura, unas tradiciones, una historia común, una forma de ver la vida, de relacionarse y de expresarse.

Hablar de la tierra es hablar de la raíz, de los vientres de las mujeres que nos dieron a luz, de los antepasados, de los primeros sonidos, de los sabores, de los aromas y de los colores. Son las nanas que nos arrullaron, el acento con el que hablamos y el saludo cómplice con el que nos dirigimos al otro cuando nos cruzamos con él. Todo eso se aglutina y conforma la identidad de cada persona desde que nace hasta que muere.Cuando más se valora el lugar de nacimiento es cuando se vive en el extranjero. La lejanía es como un pellizco en el corazón que nos transporta a la frescura de un patio, a la bicicleta aparcada en un rincón, a los golpecitos de una masa y un rodillo sobre la mesa, a la intimidad de una mirada, al primer poema que leímos y a las calles empapadas de vivencias que se niegan a partir. Pero la patria es también un dolor punzante cuando la vemos a la deriva, cuando la gobiernan los ineptos, cuando el timón se rompe y las olas amenazan con hacerla naufragar. Duele en ninguna parte y en todas. Duele en la memoria y en la esperanza hecha jirones. Pero donde más duele es en el punto de no retorno, en el lado de la herida que no cierra y en el lado de la grieta que ya no nos es posible franquear.