Una de las críticas más sólidas del patriotismo es que, siendo un noble sentimiento, de él se aprovechan a menudo los que ostentan el poder. Es el espíritu de la famosa frase del Dr. Johnson: «El patriotismo es el último refugio de los canallas». En la historia de la Unión Soviética se vio a las claras: cuando venían mal dadas, el internacionalismo comunista corrió a esconderse en las faldas de la madre Rusia. Aunque sin llegar a los extremos de la segunda guerra mundial, en España no nos viene el viento de popa y Pedro Sánchez ha empezado a ponerse en su mascarilla la banderita que tantos le criticaron a Aznar. No es la primera vez que Sánchez tira de rojigualda.

Ojalá tirase con más tesón. Pero luego pacta con los que pacta, nacionalistas de toda laya y condición. Y hablando de Laya, ésta se reúne con Picardo, el de Gibraltar, dándole alas a una relación bilateral que humilla a España. Mientras, Podemos, el partido del vicepresidente, defiende sin solución de continuidad a los que atacan a España. Etc.

La crítica al patriotismo por interés se estrella, antes o después, con la realidad. El patriotismo no se puede fingir ni improvisar, como no se puede impostar mucho tiempo el amor, porque, a fin de cuentas, el patriotismo es un amor.

Por eso puede explicarse con dificultad y, al final, hay que recurrir a los símbolos, como la bandera, el himno, un santo patrón, sus fuerzas armadas o la Casa Real. Un amor tan racionalista que su expresión no se desborde en metáforas, metonimias, analogías, ritos e inefabilidades hay que ponerlo en cuarentena.

Quisiera sinceramente que el Gobierno descubriese el patriotismo y hasta se refugiase en él si le hiciera falta, pero dudo de su sinceridad. La reunión de Laya con el «alcalde» de Gibraltar me ha dejado completamente desconcertado. ¿De qué? ¿Por qué? ¿Para qué? Sé que todavía es menos patriótico endeudar el país a lo bestia, porque subasta su soberanía e hipoteca el futuro de los niños y de los que aún están por nacer. Pero lo de Gibraltar es una prueba sólida como una roca.

Chesterton protestaba contra aquellos que decían: "Mi país, con razón o sin ella", que es algo que los ingleses dicen mucho más que nosotros. Tenía razón. Pero el verdadero patriotismo dice: "Mi país, me convenga o me sacrifique". De nuevo, como el amor, esa es la prueba de su verdad. Un político que es patriota al albur de sus intereses no es patriota.

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