DESDE LA CASTELLANA

Alejandro Daroca

El pecado capital del absentismo laboral

R ECIENTEMENTE, desde Roma, nos ha llegado la noticia de que la Iglesia está pensando incluir tres nuevos pecados capitales, añadidos a los ya siete tradicionales contra los que los católicos tratamos de conducir nuestras vidas: a saber, soberbia, avaricia, gula, ira, lujuria, envidia y pereza. Ahora, y de acuerdo a los avances de la vida, puede haber otros tres, que vienen definidos por el desmedido afán de riqueza --¿cuánto de desmedido tiene que ser ese afán para ser pecado?--, el pecado contra el medio ambiente y el pecado contra experimentos biogenéticos. Y así nos amplían hasta diez el espectro del pecado, parece ser, por el absentismo general de la confesión, que está en franca decadencia y en desuso.

A mí, que el absentismo de la confesión se generalice, me preocupa bastante poco, dado que siempre lo he considerado problema muy particular y de entendederas íntimas. Pero hay un absentismo que sí me preocupa bastante más y del que la gente no parece preocuparse, dado que lo dan como normal, y nadie se confiesa de él, y es el absentismo laboral, sobre todo por el daño irremediable que produce en las sociedades que lo padecen, y por su expansión degenerativa en los ambientes laborales.

No hace falta irse muy lejos para conocer ese daño irremediable que el absentismo ha producido cerca de nosotros. Recordemos a Delphi, que cerró sus puertas y dejó a cerca de dos mil personas en la calle. Y seguro que la mayoría de esas dos mil personas eran profesionales y trabajadores capaces y honestos. Pero debió existir una minoría -nunca sé si una minoría es uno menos de la mitad-que hacía que esta empresa de la Bahía presentara el índice de absentismo laboral más alto de toda Europa.

Ahora leo el dramático llamamiento que hace desde las páginas del Diario el consejero delegado de Qualytel, empresa que tiene en Jerez una de sus sedes. Si sus datos son verdad, y los doy por ciertos porque de lo contrario no se hubiera atrevido a tamaña osadía, el promedio de absentismo laboral medio en esta empresa alcanza al quince por ciento de su plantilla laboral -200 trabajadores diarios dados de baja- mientras que en festivos alcanza hasta el treinta por ciento de bajas. Como anécdota sangrante se señala que en el reciente "puente" del día de Andalucía, las bajas llegaron hasta el setenta por ciento. Y dice el consejero delegado que esta situación es altamente preocupante y a veces se torna en violenta. No me extraña, porque los números cuentan y debo suponer que las cuentas no salen a fin de año.

Lo malo de todo esto es que este mal, este pecado de gravísima repercusión, se extiende por el subsuelo, como el gas, y acaba impregnando a toda una sociedad. Y aunque me puedo imaginar a alguno de estos trabajadores "de baja" confesándose de haber engañado alegremente a su mujer, en un pecado de lujuria, no se le ocurrirá hacer otro tanto del pecado de absentismo injustificado. ¿Y cómo se sana este mal, que es del alma y de la conciencia? Difícil solución porque, como digo, es un mal excesivamente generalizado en nuestra tierra e incluso visto con naturales ojos en familiares y amigos.

Parece evidente que con ese grado de absentismo no se pueden alcanzar los mínimos de productividad deseados y si esto es así, la tan cacareada globalización impondrá un cambio radical de sede de la empresa, a la búsqueda de mayores beneficios y menores problemas. Y se nos irá de Jerez. Y después vendrán el lamento, las acusaciones y las culpabilidades. Pero es ahora cuando hay que meter el bisturí.

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