Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

La peleíta

Lo único que tiene sentido es la prevalencia del arma arrojadiza, por más que quien tira la piedra quede en ridículo

La polémica suscitada en los últimos días a cuenta de la falsa noticia que responsabilizaba a la Junta de Andalucía de retirar Los girasoles ciegos de Alberto Méndez del listado de lecturas para la PEvAU (antigua Selectividad) ha brindado un excelente diagnóstico de la calidad del debate político en el presente. De nada sirvió la evidencia de que la decisión fue adoptada en junio de 2018 por la comisión mixta de profesores responsable de la cuestión, no por el Gobierno andaluz; ni el matiz de que la lectura de Alberto Méndez fue sustituida por otra de Carmen Martín Gaite, cuya adhesión al franquismo era de sobra conocida por todos. Daba igual: la oportunidad de adjudicar a la Junta que preside Moreno Bonilla una insaciable maquinaria inquisitorial quedó al alcance de la mano y allá que subieron al carro los apóstoles de la libertad que todos esperábamos, sin reparar en las advertencias que alertaban de la falsedad de algunos titulares que llegaron a contaminar a cierta prensa. No hablamos de mindundis, que conste: el alcalde de Cádiz tiró de guerracivilismo todo lo que pudo y acusó a la Junta, sustentado en la misma mentira, de "quemar en la hoguera", como suena, un libro disponible en casi cualquier biblioteca pública de Andalucía. Pero la verdad, como ocurre desde la cicuta de Sócrates, era lo de menos.

Como lo era la independencia de los profesores a la hora de hacer su trabajo, así como la formación de los jóvenes andaluces en materia literaria, lo que al cabo es una monumental pérdida de tiempo. Desde que la imbecilidad encontró en las redes sociales, tal y como certificó Umberto Eco, tan inestimable plataforma para su organización, lo único que tiene sentido aquí es la peleíta, el y tú más, la prevalencia del arma arrojadiza por más que quien quede en ridículo sea quien tira la primera piedra, porque ahora disponemos de los medios para que el ridículo se disipe cuanto antes y perdure, por el contrario, la infamia. Pero esto no es lo peor: lo más grave del asunto es que mientras el personal juega a la tertulia política más ceporra a base de tuit, descartadas para siempre la mesura y la crítica (la única crítica útil es, a estas alturas, la que se dirige a las propias convicciones), la clase política se acomoda en el descrédito, la abulia, la incompetencia, el gatillo fácil y la imposibilidad de alcanzar los acuerdos que este país necesita mientras no pocos derechos fundamentales se van por la cañería.

Así que los bulos no son gratuitos: cada vez que cunde una mentira, alguien se frota las manos y suspira aliviado. Flaco favor el de los perros justicieros de internet.

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