La columna

Bernardo Palomo

¡Qué pena del jabonero quinto!

Tarde de toros en El Puerto que recordaba a las de antaño. Corrida de mucha expectación. Mano a mano descafeinada de esas que se han inventado las empresas para mejorar algo las paupérrimas cajas que provocan las pertinaces sequías económicas. Novilletes para plaza de pueblo. Algún tonto insufrible en los tendidos con poca gracia y mucha gana de llamar la atención con estentóreas manifestaciones desagradables. Insisto, tarde de toros que hacía recordar las entrañables corridas en una Plaza Real que fue importante y que ya, como en casi todos los sitios, se ha quedado en muy poco. Escasez en una tarde que pudo ser algo si el ganado no hubiese sido nada. Mínimo recuerdo de la ancestral vacada de Veragua que, el domingo, estaba a la altura de donde pusieron la divisa al cuarto, allí donde comienza el rabo. Superioridad y suficiencia en los de plata, con momentos de suprema majestuosidad lidiadora. Gran puyazo de nuestro José Antonio Barroso que demostró que su casta va por el mismo camino del que fue uno de los más grandes sobre el caballo de picar. Magníficamente vestidos los dos toreros, de sangre de toro y azabache el de Alicante y de nazareno y oro el que nació a la orilla del río Grande sevillano. Muy poco material tuvo el de la Puebla, ¡si el jabonero quinto hubiera sido otra cosa! Estando bien, no maravilló, ni mucho menos, el espigado Manzanares; ni fue el gran Niño de otras tardes, a pesar del delirio en la plaza y de la bronca al presidente por no dar la segunda oreja del cuarto, totalmente inmerecida. Morante lo bordó en un quite - lo mejor de la tarde, - y nada del otro mundo en la replica del titular por cordobinas buscando la originalidad. No cabía torear a la verónica después de cómo lo había hecho Morante; cualquier cosa hubiera parecido muy poco. En definitiva, buena tarde de toros - o de novillotes - en un tiempo muy falto de ellas.

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