habladurías

Fernando Taboada

La penúltima reforma

YA era hora. Hace meses -puede que incluso años- que no se emprendía una reforma educativa, y eso sí que no nos lo podemos permitir. Entre otras razones porque los chavales, con unas leyes que se mantienen en vigor a veces durante cursos enteros, van a acabar por anquilosarse, van a perder la motivación y van a creer que a los encargados de legislar los han puesto ahí para echar el rato. Desde que yo dejé el instituto no llevaremos ni quince reformas en la Enseñanza, y claro, a ese ritmo es que no hay manera de estimular un sector tan significativo.

La mayoría de las veces estas reformas se limitan a cambiar el nombre de las asignaturas, lo cual para el profano puede resultar del todo inútil. Sin embargo, esto de ir cambiando continuamente el nombre a las materias que se imparten en clase es de suma importancia. Si tenemos en cuenta que desde hace siglos dos más dos son cuatro, y que el Pisuerga, sin atender a los cambios que ha experimentado nuestra sociedad, parece empeñado en pasar como siempre por Valladolid, es necesario que, por lo menos, sean los libros de texto y los nombres de las asignaturas los que se renueven una y otra vez.

Por supuesto, entre las reformas anunciadas, sobre la que más se está discutiendo es sobre la desaparición de la Educación para la Ciudadanía. Si consideramos que la asignatura en cuestión se imparte durante sesenta minutos semanales, y solamente durante un curso, cuesta entender que traiga tan de cabeza a los políticos. Pero así es. Hasta tal punto acapara el debate que cualquiera podría pensar que la enseñanza pública se instauró con el único propósito de adoctrinar a través de esta asignatura, y que el resto de las materias, desde las Matemáticas hasta la Literatura, no han sido más que una tapadera para que los alumnos fueran adiestrados en cuestiones tan estrepitosas como el respeto hacia los derechos humanos.

Habrá quien considere que, para hacer este tipo de reformas, que no van a la raíz del problema, casi mejor que se limitaran a cambiar el papel pintado al despacho del ministro. Habrá quien defienda que lo que realmente hace falta es un aumento del presupuesto para que los alumnos, por ejemplo, no tengan que apretujarse en unas aulas donde ya no cabe un alfiler. Pero no hay que hacer caso de estas voces de alarma. Sobre todo si tenemos en cuenta que uno de los objetivos de la Educación consiste en preparar a los jóvenes para el futuro. Si cuando les llega la edad de trabajar, la mayoría de nuestros estudiantes se tropieza con un mercado laboral que no les da cuartel, ¿para qué van a tener que aprender lo que opinaba Platón sobre la democracia? ¿Qué necesidad tendrán de hablar idiomas o de conocer las leyes de la Física? Con que hayan aprendido a mandar mensajes por teléfono, a entender lo que dicen los futbolistas en las ruedas de prensa, y a piratear películas de internet, tendrán conocimientos de sobra para afrontar los años que por fuerza van a tirarse tumbados en un sofá.

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