HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Cuanto peor, mejor

LA progresía nostálgica europea sigue viendo en el pueblo palestino una víctima de Israel, representante a su vez del imperialismo norteamericano y sus aliados. Suena tan anticuado que parece mentira que el pensamiento progresista no haya avanzado nada en los últimos seis decenios. Israel es el único Estado de la zona con un régimen democrático según el modelo de Europa occidental. No es que sea perfecto, pero en la imperfección también hay grados. El pueblo palestino fue una creación sobre la nada a raíz de la proclamación de Israel. Nunca fue un pueblo definido ni mucho menos un Estado. Desde tiempos bíblicos ha sido una provincia Siria y, más adelante, un territorio de tribus beduinas bajo la autoridad nominal turca que no logró unir ni Lawrence de Arabia, dedicadas a la rapiña y a enfrentarse entre ellas en una tierra hostil, semidesértica y pobre en la que la vida no vale nada.

A uno le gustaría que el problema palestino, como tantos otros conflictos enconados, tuviera remedio, pero sabemos que no lo tiene, ni aunque Israel desapareciera, así que, de momento, uno se pone de parte del más civilizado, del que tiene más puntos en común con nuestro modelo de sociedad: Israel. El espíritu de desastre y de muerte es común a todos los terrorismos y los estudiosos del asunto lo explican muy bien: nostalgia de un paraíso perdido que nunca existió, luto por una pérdida futura, martirios y sacrificios humanos para regar la tierra con sangre de héroes y defenderla con mayor sentimiento, alegría por el triunfo de la muerte propia y ajena, pobreza y derrota para esgrimir argumentos morales, ruinas y guerra, dolor y penalidades, pérdidas, pérdidas y más pérdidas para despertar la compasión del mundo y la propia, en una especie de masoquismo político que da sus frutos.

Los israelíes no quieren morir y se defienden; para los palestinos la muerte es su vida porque da sentido a la existencia de los que sobreviven. Volar centrales eléctricas o depósitos de agua propios sirve para despertar la conciencia de lucha en la oscuridad y la sed. Los colegios, las mezquitas y los hospitales sirven para guardar armas y, de camino, para que el enemigo sin corazón mate niños y adolescentes, y hacer posible esos entierros catárticos, liberadores por el llanto y las imprecaciones del alma colectiva de las muchedumbres. La progresía se atreve a hablar incluso de la opinión pública de los países musulmanes. Es mentira: la opinión pública es una figura unida a las democracias herederas de lo mejor de la Revolución Francesa y sólo a ellas. Los regímenes enemigos de Israel no tienen más opinión pública que la de sus indeseables dirigentes, encantados con Israel y con la división de los palestinos para sostener una cultura medieval y mantener a sus súbditos en la miseria económica, física y moral.

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