Crónica Personal

La peor política

No merecemos espectáculos barriobajeros, utilizar ataques burdos contra los adversarios en lugar de hacerlo con inteligencia

Esto no va de debatir sobre el nivel de democracia de los partidos que pretenden gobernar en Madrid; esto va de su capacidad para hacer lo que sea necesario para conseguir el Gobierno, aunque eso suponga apostatar de sus principios, traspasar las líneas que habían anunciado que nunca traspasarían y apostar por el espectáculo para llamar la atención a falta de llamarla con propuestas solventes y candidaturas atractivas. Esto va incluso de buena o mala educación. De ahí la crispación, la decepción ante determinados candidatos que parecían coherentes y la preocupación ante el bajo nivel de quienes están obligados a hacer un buen trabajo..

Está muy visto lo de abandonar el plató cuando las cosas se ponen feas. Lo hacen constantemente personajes atrabiliarios que se han hecho famosos que no destacarían si no fuera porque toman las de Villadiego cuando no saben cómo deshacerse inteligentemente de sus adversarios. Si Pablo Iglesias piensa que abandonar un debate le permite recuperar algo del liderazgo que lleva meses perdiendo a chorros, entonces es que no sabe nada de política ni de estrategia de comunicación. Monasterio provocó todo lo que sabe provocar y más, y los demás cayeron en su trampa. Excepto Edmundo Bal, el menos experto en política que sin embargo reaccionó de forma más cabal. No estaba Ayuso, tuvo suerte.

La reacción de los que se fueron, diciendo que lo que toca es debatir sobre el nivel de democracia de los partidos, es ridícula. No hace falta ese debate. Los madrileños, los españoles, conocen sobradamente cual es el grado de compromiso de los partidos actuales con las reglas y modos de la democracia. Saben muy bien que en política se cumple el dicho de que los extremos se tocan, y las formaciones ultras solo coinciden en que su respeto por la democracia, la ley y la Constitución es manifiestamente mejorable. Unos pecan de xenófobos y otros de simpatizar con secesionistas, los dos descalifican a sus adversarios con etiquetas que suenan a decrepitud y antigualla, fascismo y comunismo; los dos extremos condenan los métodos violentos según les va, y los dos tienen un importante déficit sobre lo que se llama política de Estado.

Los españoles no merecemos espectáculos barriobajeros, utilizar ataques burdos contra los adversarios en lugar de hacerlo con inteligencia -quizá carezcan de ella- ni merecemos que unas elecciones se diriman en el barro. El descrédito de la clase política está muy generalizado en la opinión pública, y sin embargo hay gente muy preparada, que trabaja a destajo por una España mejor y que se dedican a la política perdiendo dinero. Son pocos, pero los hay. Pero para desgracia de todos son los mediocres y advenedizos los que provocan titulares.

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