Disfruto mucho revisando la filmografía de mis actores preferidos. Y metida de lleno en la de James Stewart, recordé que hizo una película sobre la vida de Glenn Miller, el mítico trombonista estadounidense desaparecido en la Segunda Guerra Mundial.

Al ver nuevamente el filme, me di cuenta de que su música me ha acompañado toda la vida. Bailar su "Moonlight serenade" con un apuesto compañero, ha sido uno de los grandes placeres que he tenido.

Reflexioné entonces sobre cuánto se puede lograr haciendo bien lo que nos toca hacer. A Glenn Miller le apasionaba su trabajo. Lo realizó con gran cuidado y voluntad. Tanto, que aún sigue colándose en nuestra existencia y meciendo los pasos de las parejas que bailan al ritmo de su orquesta.

Hacer lo correcto es como arrojar una piedra en el agua. Se forman círculos que van haciéndose cada vez más grandes. Y aunque a primera vista desaparecen, la vibración que queda en el agua alcanza lugares que nuestros ojos no son capaces de ver. De la misma manera, nuestros actos tienen repercusión en los demás sin que seamos conscientes de ello. Tarde o temprano, la influencia de lo que hemos hecho aparecerá en los sitios menos pensados.

Nuestra forma de enfrentar las vicisitudes dice mucho de nosotros. Es como un carné de identidad. Vamos por ahí dando testimonio de lo que somos, de lo que pensamos, de lo que sentimos. Pareciera que pregonamos, sin proponérnoslo, nuestra filosofía de vida.

Si nuestra forma de andar por el mundo suena con la armonía de un buen acorde, podemos convertirnos en una pequeña luz que junto a otros millones de lucecitas encendidas, ilumine la oscuridad del mundo enmarañado en que vivimos.

La dedicación que ponemos al realizar nuestro trabajo y el amor que damos a diario, tiene la suficiente fuerza para llenar de luces el firmamento. Eso hace que nuestro pequeño mundo esté en sintonía con la vida. Y es lo que el universo puede recoger y entregar, de alguna manera, a quienes lo necesiten.