HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Los peregrinos

ARRASTRAMOS mitos y creencias populares que a fuerza de repetidos parecen verdades. Y no son sino tópicos: algo que en su inicio tuvo una buena parte de verdad pero que el tiempo se ha encargado de desmentirla. Entre los más resistentes están los que afirman que Jerez se queda vacío en Feria y en los meses más agrios del verano. Las consecuencias principales de esta fe, de momento inamovible, son dos: la primera es que muchos establecimientos cierran por la convicción de que nadie aparecerá por sus puertas y, la segunda, que quienes tienen costumbre de salir todas las tardes se quedan en sus casas pensando que dónde van a ir en una ciudad fantasma. Nos destrozan nuestra rutina. La rutina, mala para los noveleros, es un hábito que templa el alma, agradece el cuerpo y nos ordena la vida, siempre que consista en hacer todos los días lo mismo pero distinto, a las mismas horas y con la misma luz.

La Moderna, toda la semana, y el Casino Jerezano, todas las tardes, cierran en Feria. Los que no tenemos nada que hacer en las fiestas populares desde hace años, salvo emborracharnos indecentemente y casi sin darnos cuenta, andamos desorientados esos días buscando un lugar donde parar, con otros amigos que tampoco van a la Feria, a la hora del ocaso, una muerte pequeña que cada tarde nos da reposo, descanso y equilibrio, anuncio de los eternos. Nos encontramos con otros peregrinos que nos dan, y a los que les damos, información de lugares posibles no muy alejados de los habituales, sin ruidos callejeros y amabilidad de trato. Nos animamos: "¡Ya sólo faltan cuatro días! ¡Ya sólo faltan tres días de peregrinación para llegar a los santuarios!" No es que estemos mal, lo que pasa es que los pocos establecimientos que abren están llenos y, aunque nos conozcan, no nos conocen como en los de costumbre ni saben de nuestros gustos.

Bendita la rutina que vuelve hoy a nuestras segundas casas, a los monasterios reglados donde hemos establecido el orden de las costumbres. Creado el orden, la costumbre se encarga de mantenerlo. Fuera novedades sin convicción, fuera cambios que no sean los que vida impone, fuera novelerías siempre. Los cambios por curiosidad malsana y las novelerías por inmadurez son desengaños para la ingenuidad y espejismos para los crédulos. La naturaleza humana sólo admite variantes de lo mismo: todos los días escribimos, leemos libros y periódicos y hablamos con los demás, pero cada día le añade a las cosas un matiz distinto y renovado que las mantiene frescas y atrayentes todo el tiempo que seamos capaces de ilusionarnos con la vida sencilla. Pero la sencillez no es la simpleza, sino darle valor a lo que hemos ido seleccionando a lo largo de la existencia y que para nosotros se ha convertido en importante. Lo desechado ha sido por entorpecedor, por carente de interés para ser incluido en la rutina.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios