Una guerra sospechosísima, de apenas unas horas, que desencadena Donald Trump lanzando desde un dron un misil a la frente de un general iraní, hace que los precios del petróleo suban como nunca desde hace décadas y que las bolsas se convulsionen durante unas docenas de horas, en las que los listos -cuatro gatos- se forran otra vez más entre rebote técnico y picos de sierra en el chart… y los inversores de a pie vuelven a perder. EL FMI y la UE nos advierten de que nuestras perspectivas de crecimiento van encanijando también, y que nuestro paro es impresentable. Nuestra pirámide de población, en fin y por mencionar tres asuntos tan importantes como desdeñados por la opinión pública, no cuadra con los derechos a la pensión de los ahorradores más sufridos del mundo, los españoles, que siguen metiendo dinero en un cajón imaginario hecho de carteras de valores que en su conjunto reportan zumo de bellota año tras año: ni lo comido por lo servido. Por no hablar de las futuras pensiones de quienes no aspiran más que a la paguita normal, sin aportaciones privadas: ya les hubiera gustado poderlas haber realizado a esos pensionistas de tropa rasa (o metido los dineros debajo del colchón, y evitemos aquí analizar qué sale más a cuenta).

Pero España está a su habitual rollo dual, encarnizada con carnaza de ocasión: las actividades extraescolares y el sexo de los ángeles. Echando pasión y bilis por arrobas. Porque aquí de pronto lo importante es el pin parental, que tiene nombre de combinación secreta en un teclado subcutáneo. Pero que resulta ser la enésima entrega del más simbólico y endémico encontronazo de las huestes españolas: la educación. Hablo de la educación pública, en primer lugar; de la concertada, también en primer lugar por ser costeada por el erario público, y ya más de lejos la de verdad privada, donde se puede contar a los niños -previo pago- casi todo lo que se quiera, moscas que dejan bizco al alevín onanista incluidas. No creo que ningún país haya tenido tantos proyectos y leyes fugaces de educación. Vox, con gran sentido estratégico -situarse diferenciado en el espectro político- lanza la liebre, que tiene poco que ver con lo que se dice de la liebre en los corros. El recién nacido Gobierno social que te mueres -parece que no hay otra cosa- sale tras el lepórido parido en Murcia, haciendo gala de que las formas ante todo, con un lenguaje exclusivo y tremendamente transversal, feminista de abolengo, hueco hasta la fatiga. Y es que, por sus niños, cada uno con los suyos, matan, como Belén Esteban por su Andreíta.

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