Su propio afán

Enrique García Máiquez

La placa

EN El Puerto de Santa María han quitado una placa de la plaza de las Bodegas. Por lo visto, rezaba que noventa viviendas las había construido el Grupo Francisco Franco (con perdón) de la Delegación Nacional de Sindicatos (sic) en 1955 (vaya). El alcalde y todo el séquito han celebrado mucho la retirada y, festejando tan alta ocasión, han hecho bonitos discursos a pie de obra. Da pena aguarles tanta satisfacción, con la falta que les hace tras la ruptura del tripartito, pero, para cumplir de verdad la ley de la memoria histórica y borrar el recuerdo de la Delegación Nacional de Sindicatos, habría que tirar las noventa viviendas hasta que no quede piedra sobre piedra. Si no, siento decirlo, nos quedamos a la mitad.

O lo que es peor, hacemos virtuoso al Grupo (con perdón, con perdón) Francisco Franco. Si en 1955, la mano derecha (¡y tan derecha!) sabía de sobra lo que hacía su mano izquierda (noventa viviendas), ahora, gracias a la eliminación de la placa, se sanea aquella vanidad y aquel autobombo del antiguo régimen. Las viviendas siguen ahí, cumpliendo su misión, con sus familias dentro, pero anónimas, como si hubiesen surgido por generación espontánea o gracias a una caridad que quiso pasar desapercibida. Han quedado como tablas medievales, sin firma. Lo cual, desde un punto de vista moral, con perdón, las mejora, me temo.

Pilar Peruyera, del Foro de la Memoria Histórica, propuso poner "placas nuevas, bustos y esculturas de la gente que fue represaliada". Diría que hay de fondo cierto horror vacui, cuyo análisis nos llevaría muy lejos. Pero, en todo caso, eso me parece más constructivo que quitar viejas placas, esculturas y bustos.

Porque la mejor política contra la memoria del franquismo es construir noventa o novecientas viviendas muchísimo mejores que las que hacían entonces los innombrables. ¡Que se note la diferencia en los materiales, en las comodidades, en la mejora de las condiciones generales de la clase trabajadora y de la media! Que todo sea tan evidente de suyo que salte a la vista. Entonces, quién sabe, resultará más antifranquista, probablemente, no quitar las placas de los viejos tiempos para que el ciudadano pueda hacer, con conocimiento de causa, las pertinentes comparaciones con el esplendor actual. Y que vaya constatando hasta qué extremos hemos progresado. Yo, de ser los de la memoria histórica, lo haría así, sin lugar a dudas y con perdón.

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