El placer de sorber

El sorbío perfecto del puchero es el que, tras una levepausa, termina con un ahh... de satisfacción contenida

El frío ha llegado. Casi apetecía porque se estaba rumoreando incluso una huelga de garbanzos del puchero por falta de trabajo. Tengo un paquete de garbanzas de Vejer en mi casa desde hace quince meses y se han puesto tiernas… pero por falta de uso.

La gente ha abandonado tanto el uso del puchero que me han dicho que una página que enseña como poner los garbanzos en remojo ha batido su marca de visitas con más de mil tíos en un minuto mirando como se baña una legumbre. Las ollas de berza estaban tan vacías como el pantano de Los Hurones y he estado a punto de poner en marcha una campaña de gente que apadrine menudos, porque se habían quedado abandonados en las cocinas de los restaurantes.

La humanidad, con la llegada del frío, recupera uno de sus actos más entrañables, el del sorbío de la cuchara. Hay muchos tipos de sorbíos y me encantaría que Google pusiera en marcha un algoritmo que estableciera qué hay que recomendar a una persona teniendo en cuenta su manera de sorber. Hay gente que sorbe el puchero de manera escandalosa, que parece que está sorbiendo de una vez todo el oceáno Atlántico, incluyendo todos los borriquetes que estuvieran nadando por él en ese momento. Existen humanos que sorben de manera elegante, a cámara lenta, como disfrutando cada momento y hay gente, como yo, que sufrimos la temida ansiedad del pucherista y que siempre nos quemamos con la primera cuchará por falta de paciencia.

Me encanta la gente que le echa viento al puchero para enfriarlo, como si le enviara un temporal de levante a pedacitos. A veces se forman olas que arrastran hasta la orilla a algún indefenso fideo de los finos.

Pero para mí el sorbío perfecto del puchero es el que, tras el acto de sorber, tras una leve pausa, termina con un ahh… de satisfacción contenida, disfrutando ese recorrido, mejor que el de la cabalgata de Reyes, del tránsito del líquido caliente desde el paladar hasta el esófago bajo.

Me gustan esos silencios de comedor, en el que nadie habla por respeto a la belleza del momento y tan sólo se oyen multitud de sorbíos de puchero, como unos fuegos artificiales pero en calentito. Si un día España llevara a Eurovisión una canción interpretada a sorbíos de puchero, con los cantantes vestidos de plato de Duralex, seguro que ganábamos y con el doble de puntos que 'Guayominí'.

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