Por montera
Mariló Montero
La trama
La ciudad y los días
Ve adonde no te han invitado y, una de dos, o te tienen que dar un lugar preferente en virtud de tu cargo o no te dejan participar. En el primer caso les hemos ganado el pulso y aparecen como más débiles. En el segundo tenemos la bronca segura y aparecen como prepotentes e incumplidores de la ley. Algo así imagino que debieron decirle al ministro. Colarse en la tribuna hubiera estado bien. Pero que se impida subir a ella a un ministro deteniéndolo a pie de escalera está mucho mejor para proyectar una mala imagen de la presidenta a pocos días del inicio de la campaña electoral con las encuestas en contra. Al final salió perdiendo porque el ridículo siempre queda peor que la prepotencia.
Los conmilitones de medios afines, de partido (salvo alguno como Lambán) y de voto seguro dijeron lo previsible defendiendo a uno o a otra. Ninguna sorpresa. Pero en tiempos de elecciones estas cosas no se hacen para convencer a los convencidos, sino a quienes no lo están. Y entre estos parece claro que pierde el ministro que hizo el ridículo. Este hombre no es uno de tantos políticos sin profesión ejercida o conocida de los que escribía ayer y han hecho de la política -muchos desde las juventudes de su partido- su medio de vida, profesionalizándola en el peor sentido de la palabra, viéndose obligados a luchar por su lugar en las listas, a aferrarse al poder (o ser recolocados' por el partido cuando lo pierden) y a poner sus intereses personales y de partido (que para ellos son lo mismo) por encima de los generales.
El ministro que tan ridículo papel ha hecho intentando colarse donde no ha sido invitado tiene vida profesional -e importante- fuera de la política. ¿Qué le llevó entonces a presentarse allí para montar el pollo? De seguro que la obediencia a una orden superior. Una orden, además, equivocada. Como ha dicho Luis del Val con gracia Bolaños no sirve para organizar una bronca, como cualquier ayudante de casting lo entendería al primer vistazo: "tenía que haber ido alguien del corte de José Luis Ábalos, que comienza a poner cara de enfado, y la gente, enseguida, le da la razón".
Entonces, ¿por qué obedeció la orden que lo puso en ridículo al no dar para el papel, como un Woody Allen haciendo de Eastwood? La respuesta llena de melancolía: aunque tengan vida profesional, en tiempos de mala política, cuando los partidos son cortes, nadie se libra de ser sayón o cortesano.
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