Con desazón descubro que los primeros días de vacaciones me encuentran con la mente en blanco para el artículo diario. Como si mis neuronas fuesen más funcionariales que yo. Es lo propio de los comienzos del verano. Eso, y esperar a portagayola, como las arenas blancas y desiertas de la playa a buena mañana, el inminente desembarco de los veraneantes.

Hay quienes se quejan de los veraneantes, pero suelen ser los veraneantes. Rara vez un indígena y menos un indígena de toda la vida. Después del largo invierno más o menos solitario, se agradece en el alma algo de jaleo, excitantes atascos y un ir y venir de saludos y recuerdos.

Los que más rajan, en concreto, de los madrileños, son, entre pez y pez, los madrileños. Si otros lo hacen, es sólo por un efecto contagio. A mí esa autocrítica me resulta muy simpática, como una quintaesencia de la relación problemática de los españoles con nosotros mismos. Diría que los sevillanos no tienen tantas dudas de sí, ni los jerezanos; pero es que juegan casi en casa. Los catalanes no sé, porque en el Puerto veranean muy pocos. En nuestra adolescencia, las hermosísimas Abascal, que todo lo que decían nos parecía muy bien. Y ahora han recogido el testigo las hijas de Loreto Ayuso, de las que los adolescentes de hoy dirán dentro de treinta años lo mismo que yo de las Abascal. Antes veraneaba mucha gente de Bilbao (si a los de Bilbao se les puede llamar «gente»), pero ahora menos. Igual que nacen donde quieren, los de Bilbao veranean donde está de moda, y yo sospecho que ahora les toca Sotogrande o Zahara.

Los fidelísimos madrileños ni nos engañan ni nos contagian. Jamás hablaremos mal de ellos ni de su llegada en masa. Sin adulterar nuestro privilegio nativo de ser de pueblo, año tras año, nos dan un refrescante baño de capitalidad, además de recibirnos en su ciudad en invierno con los brazos abiertos. Para romper la dinámica de los nacionalismos autonómicos, se habla a veces de lo bueno que sería crear un Erasmus español. Los veraneos hicieron y hacen muy bien ese papel.

Me temo que también hemos de agradecerles, en honor a la verdad, el revulsivo económico, aunque lo he dejado lo último (last because least) para que conste que no es por dinero. Y eso que, aunque yo no tengo ningún negocio, les reconozco que está página en blanco bien que me la han rellenado hasta el mismísimo borde. Como la playa, dentro de nada. ¡Muy bienvenidos!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios