El precio de la libertad

Resultan preocupantes los ecos de censuras y cancelaciones que crecen a nuestro alrededor

Comenté al gerente de un medio en el que colaboraba mi felicidad por escribir para ellos. Le agradecí, en particular, el exquisito respeto a mi opinión a pesar de que no coincidía demasiado con la línea editorial. Él respondió que, como no podían pagar más, nos retribuían en especie: en libertad. Di un respingo de dos palmos. En absoluto, balbucí. Compensaban de sobra pagando con caballerosa puntualidad, sin que uno tuviese que ir llevándoles las cuentas ni preguntando cada dos por tres qué hay de lo mío. Al gerente le gustó aquel reconocimiento de su profesionalidad; y los dos salvamos -por los pelos- la dignidad de la libertad, que no está en venta ni alquilaje, ni aunque te remuneren como a un futbolista.

En otros sitios (no en el grupo Joly, de irreprochable cumplimiento) tengo que lamentar que paguen -aunque sea más- sin la misma puntualidad con la que uno manda sus colaboraciones. Pero en ninguno me han coartado la libertad de opinión. Lo recuerdo ahora porque cada vez suenan más rumores de censura. Últimamente han rondando, ya sea en el papel o en la web, a columnistas de tanto peso como a Juan Manuel de Prada, a Fernando del Pino o a Pedro Nueno.

Para sortear la censura y las cancelaciones, además de la suerte de la liberalidad de los sitios donde escribo, yo cuento con alguna ventaja. Como decía Pemán, el seseante acento gaditano, aunque sólo sea por esas eses suaves que nos salen, lima asperezas. Encima, al menos en esto otro como Camba, nunca se me puede tomar completamente en serio ni completamente en broma. Por último, lo más negro lo dejo siempre en los espacios en blanco, para que el buen lector lo coja al vuelo. Como el censor nunca es un buen lector, se queda in albis.

Sin embargo, con independencia de los casos concretos y sus confusas circunstancias, me parece que la existencia misma de esos rumores es llamativa. Por supuesto, para mostrar mi admiración. Que haya escritores más contundentes que yo me permite mis frivolidades, y no quiero dejar de agradecerles ese margen que me ganan. Pero, sobre todo, tenemos que ser conscientes de que, a pesar de la engolada autosatisfacción con la libertad que nos hemos dado, estamos perdiendo en los últimos tiempos mucha de expresión. Lo que conlleva pérdidas de libertad de pensamiento. Lo que concluye en pérdidas de libertad, en general. La libertad no se vende, pero tiene un precio: el de defenderla siempre.

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