¿Y tú me lo preguntas?

Se pregunta Alicia Villar Gómez qué podríamos hacer para que se viese la bondad esencial de la Iglesia

De vez en cuando mis amigos, haciendo honor a su nombre, ponen en un chat un artículo mío y yo me alegro. Alguna vez me llegó algo mío por la espalda, en un foro o en un correo viral, y me impresionó más. Nada como ayer, sin embargo, en que recibí por whatsapp una carta al director [a la directora, porque se publicó en El País] firmada por Alicia Villar Gómez. Nadie del grupo lo sabía: es la tía de mi mujer, hermana de su madre. Me impresionó porque era de ella, a la que queremos mucho, una segunda suegra para mí, en el mejor sentido -bromas aparte- de la palabra; pero todavía más por lo que contaba y para qué.

Comenzaba confesando que ha tenido la desgracia de perder a una hija tras una terrible enfermedad de nueve años. Su hija, Alicia Delkader, fue (es) la madrina de la mía y no pasa un día sin que la recordemos. Para mí era fácil leer la carta al director entre líneas, sabiendo lo que había detrás de esos nueve años, pero también había sido muy fácil de leer con emoción para la cadena de lectores anónimos que habían enviado esa carta a través de las redes sociales sin necesidad de conocer más detalles. El corazón habla a los corazones sin tener que contarlo todo.

Lo que Alicia madre quería transmitir en su carta es el consuelo, las fuerzas y la paz que encontró y sigue encontrando en la Iglesia. En concreto, en la iglesia de Santa María de Caná, de Pozuelo y en don Jesús Higueras. Esto es natural, porque la Iglesia no es un ente abstracto, sino que se hace realidad para cada cual en su parroquia concreta y a través de los buenos sacerdotes. También en Zahara de los Atunes, en la pequeña parroquia del Carmen y con don Fructuoso Antolín.

No hace falta conocer el gusto por la discreción de las hermanas de mi familia política para saber que no hay una gota de exhibicionismo en la carta. Basta leerla. Alicia agradece la ayuda que le han prestado a ella, pero, sobre todo, la que ambas parroquias, la grande y rica, la pequeña y pobre, prestan a todos los necesitados, material y espiritualmente. Lo hace dolida porque se hable de la Iglesia sólo por los casos de pederastia y los escándalos (que hay que erradicar) y nunca por su labor, que es inmensa, y que hay que agradecer. Se pregunta Alicia qué podríamos hacer para que se viese la bondad esencial de la Iglesia; y ella, en su carta y en su vida, ella, que es tan Iglesia como todos los bautizados, la transparenta.

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