A saber qué periódico lo ha matado. Porque es cierto que Fidel Castro llevaba unos años pachucho pero, según la versión que ha circulado sobre el fallecimiento de Rita Barberá, lo que de verdad mata a los políticos es la prensa, que en vez de tocar las palmas a todas horas por lo bien que lo hacen, me los atosiga sin piedad hasta acabar provocándoles un infarto.

Rita Barberá ha tenido una vida ajetreada -qué duda cabe- pues gobernar una ciudad con tanto meneo como Valencia debe de pasar factura. Pero ni punto de comparación con la vida azarosa que ha tenido Fidel, porque al dictador cubano intentaron asesinarlo tantas veces que terminó quemando la ropa interior después de estrenarla, no fueran a envenenársela también, como hacían con las comidas. Más de una vez intentaron abatirlo a tiros por la calle, o amargarle el chocolate de la merienda con cianuro. Le pusieron bombas en museos, en las tribunas desde donde soltaba sus célebres filípicas, y hasta debajo del agua, mientras hacía submarinismo. Incluso estuvo a punto de comprobar lo dañino que puede ser el tabaco (sobre todo cuando la caja de puros que te envían de regalo lleva más explosivos de la cuenta.)

Sin embargo, lo que se ha llevado por delante a Fidel Castro ha tenido que ser la prensa. Imagino que especialmente la prensa extranjera, que no le perdonaba que defendiera a su pueblo de esa manera brutal tan propia de los dictadores, y que lo insultaba por conseguir que en un país en el que había tanta escasez de bienes materiales, el bien más escaso, sin embargo, no fuera ni la comida ni las aspirinas, sino la libertad.

Para combatir esos achaques que provoca la mala prensa, los dictadores suelen meter en la cárcel a los que opinan de forma diferente. Controlan además los medios de comunicación para recordar en las noticias que, gracias a ellos, la vida es más hermosa. Y para que nada falte, con tal de conservarse jóvenes, acostumbran los muy tiranos a rodearse de aduladores que, a modo de antibiótico contra el periodismo, aplauden sus gracias hasta que les salen callos en las manos.

Pero en las democracias no es así. En las democracias la dichosa libertad de prensa permite que se ataque sin ningún miramiento a los miembros del poder como si no lo fueran, de manera que no hay ministro, ni duque de Feria, ni alcaldesa de Valencia que se libre de un rapapolvo cuando saca los pies del tiesto.

Con la cantidad de noticias amables que se pueden contar, en esos países donde aún se celebran elecciones, en vez de hablar de lo graciosos que son los gatitos recién nacidos, prefieren rellenar los diarios hablando de corrupción, y eso puede minar la salud de quienes salen en esos titulares con nombres y apellidos. Por eso, a partir de ahora, no deberíamos hablar en la prensa de lo ineptos que pueden llegar a ser ciertos cargos públicos. Ni de sus trapicheos o sus mamandurrias. Pero es que, ni cuando un diputado se niegue a guardar un minuto de silencio por algún adversario fallecido, le podremos echar en cara lo miserable que es. Habrá que saludarle con cariño. Por su salud más que nada.

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