La columna

Luisa Fernanda Cuéllar Vázquez

La profecía

Los mayas indicaron que el veintitrés de diciembre del año 2012 habría una conjunción entre Marte, Júpiter y Saturno. En esa fecha concluye un ciclo cósmico de 5125 años que se inició el trece de agosto de 3113 a.C. De esta manera, la civilización maya, que logró la más alta precisión en sus estudios astronómicos, anunciaba el principio de una nueva era.

Profecía o no, tal vez lo que los sabios mayas nos quisieron transmitir es que el mundo, tal y como lo vivimos hoy, necesita una transformación. Y es que a este planeta no le vendría mal erradicar la guerra, el hambre, el terrorismo, la mala distribución de la riqueza, el narcotráfico y el aborto, entre otras cosas.

Lo mismo ocurre con la destrucción que el hombre ha hecho de su entorno, en ese empeño irracional de convertirse en un depredador. En la canción 'Pare', Joan Manuel Serrat nos grita: "Padre, decidme que le han hecho al río que ya no canta, resbala como un barbo muerto bajo un palmo de espuma blanca".

Quizá los mayas nos alertan de la necesidad de tomar conciencia del significado de la vida, del valor de la naturaleza, de que no se nos vaya de las manos la brújula de una evolución que se puede ver reducida a la nada.

Resulta sencillo mencionar qué es lo que hay que modificar. Pero, ¿cómo hacerlo? Las respuestas tendremos que encontrarlas entre todos. Los Estados deberán responsabilizarse de la parte que les toca y legislar a favor de la vida. Y la sociedad, además de emprender acciones que retomen valores fundamentales, como el fortalecimiento de la familia y la formación de los hijos, tiene el deber de exigir que se atienda al bien común y se dejen de lado intereses personales y partidistas que benefician a unos pocos y dejan a la deriva a las mayorías.

Es posible que sea el momento de escuchar nuestros silencios y de impedir que el ruido de los necios nos aturda.

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