Cuando me dijeron que iba a tener un hijo varón me preocupé algo. Imposible ser el típico padre que jugase con él al fútbol… ¿Le defraudaría? Me parecía más seguro el escritor rodeado de hijas con querencias artísticas. Luego, ha sido y está siendo delicioso lo del varón (y lo de la chica prerrafaelista también). Pero de fútbol, nada de nada. Y para demostrarlo, ayer le escuché con sus amigos pidiendo a gritos: "Vamos a jugar la próloga, vamos a jugar la próloga". No se trataba de lenguaje inclusivo: el prólogo y la próloga ni estaba disertando de bibliofilia. Los demás no perdieron tiempo en corregirle, le habían entendido. Todos estaban ansiosos por zanjar aquel partido de fútbol.

Desde la ventana abierta de mi despacho, lo oí con un orgullo culpable y consideré que la confusión me regalaba, además de una certeza genética, un matiz aprovechable. Salvo quizá el fútbol, que no sé, nada termina ni a su tiempo ni en la prórroga ni siquiera en la tanda de penaltis. Todo es un continuo. Por tanto, el final de un encuentro no es sino el inicio de otro. En la vida, en la cultura, en la política se juegan más prólogas que prórrogas.

Parece indudable (como señalan las encuestas) que estamos viviendo la caída (quizá lenta y dura) del sanchismo. Es difícil que Iván Redondo venga y dé la vuelta a este despeñadero de desprestigio, que ya se le aparece -"tirarse por un barranco"- en sus lapsus. El indulto a los golpistas catalanes va a ser difícil que lo olviden los españoles, sobre todo porque llueve sobre mojado de la crisis sanitaria y la económica, que avivan la memoria.

Pero nos jugamos si queremos vivir una prórroga o una próloga. Podemos terminar cerrando esta etapa, como la de González o Zapatero, exhaustos por el desastre económico. Sería un final de prórroga y penaltis. O podemos ver esta época como un prólogo de otra distinta, si extraemos a tiempo sus lecciones. Si analizamos lo que han hecho con el Estado de Derecho, las instituciones públicas, la convivencia entre españoles, la igualdad jurídica, nuestra política exterior y de defensa. Y si, además de la economía, intentamos arreglarlo de raíz, arrancando desde mucho más atrás y más hondo.

Una caída otra vez de un gobierno socialista sólo por un desastre económico, invitaría al cómodo silogismo de que basta con arreglar la economía para hacer borrón y cuenta nueva. España necesita, en cambio, una buena próloga.

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