Aindeciso no hay quien le gane. No quiere molestar a ninguno de los suyos y deja pudrirse los conflictos. Hasta que se le vuelven en contra, claro, porque los problemas que rehuimos siempre nos persiguen.

¿Cuánto tiempo habrá desperdiciado Mariano Rajoy en asumir las consecuencias de la derrota electoral del 14-M, deshacerse de la tutela de Aznar y reducir, por la vía práctica, el enorme poder dentro del PP de personajes como Acebes y Zaplana? En realidad, más que desperdiciado, ha sido un tiempo enemigo: ha dañado su apertura a los electores centristas y moderados.

Y ha perjudicado su liderazgo interno. A menos de tres meses de las elecciones todavía no está claro que sea el dirigente indiscutible del PP. No van tan de suicidas los populares como para cambiar de caballo a mitad de carrera, pero es un hecho cierto que son los medios políticos y mediáticos conservadores los que más vueltas le dan a la posibilidad de su derrota el 9 de marzo. En ellos se montó un circo cabalístico sobre el regreso de Rodrigo Rato a España y su imposible inclusión en las listas electorales; en ellos se especula constantemente sobre esa disputa Esperanza Aguirre-Alberto Ruiz Gallardón que, en el fondo, alberga una profunda desconfianza sobre las expectativas electorales de Rajoy.

En efecto, la última escaramuza de la bronca entre los dos príncipes de la derecha madrileña ha sido en torno a la ambición de Gallardón de figurar en la candidatura de Madrid al Congreso, justo detrás de Mariano Rajoy, que Aguirre ha rechazado -por persona interpuesta- con los estatutos del partido en la mano. Pero el propio Rajoy ha matizado que siempre puede haber excepciones a los estatutos y que, de hecho, en el actual Congreso tienen escaño varios alcaldes del PP (como la alcaldesa de Marbella). Pero, como suele, remite a enero su decisión personal sobre el contencioso que enfrenta a dos de los líderes populares más votados de España. Con lo cual retroalimenta las especulaciones y alienta la continuación de las intrigas.

Quizás no se da cuenta de que, como digo, en el sustrato de esta crisis de Madrid se debate su propia sucesión. Gallardón y Aguirre, más o menos conscientemente, consideran esencial en estos momentos situarse en las mejores condiciones por si Rajoy se estrella y hay que buscarle un recambio urgente. Gallardón estima, con razón, que le será más fácil suceder a un Rajoy fracasado siendo diputado, porque no se concibe un jefe del PP durante cuatro años sin escaño en el Congreso, como un Hernández Mancha cualquiera. Aguirre, que no puede ser diputada, se opone por eso mismo. Ahora bien, ¿no están dando ya por hecho que Rajoy perderá?

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