La columna

josé rodríguez carrión

¡No puede serlo!

Llevo toda la semana escuchando..y ¡qué razón tenía Pacheco, la justicia es un cachondeo! Esta frase, ya estuvo a punto de costarle un disgusto, y muchos están convencidos de que finalmente le pasó factura. Sobre todo al ver que por 10 millones robados con tarjetas se condena a 4 años, o por matar a alguien harto de coca o whisky a poco más de tres, y a él en cambio el Supremo le metió más de 5 por dos enchufes mal hechos (que ya ha devuelto el dinero y pagado las multas, no como otros) y lleva cumplidos más de la mitad de todas las condenas y sigue cada noche durmiendo entre rejas. Yo quiero pensar que no hubo venganza contra él. Quiero pensar que la justicia no son esos señores con coche oficial del Supremo o el Constitucional. Para mí la justicia la representan esos miles de jueces, hombres y mujeres, que cada día intentan aplicar con rigor y sabiduría las leyes redactadas por unos políticos, que a veces deberían volver al colegio a recibir normas de ortografía y de urbanidad. Creo en esa justicia que a diario aplican miles de profesionales que están ahí tras años encerrados preparando unas durísimas oposiciones y se enfrentan cotidianamente a los latigazos cervicales, las peleítas tras una borrachera, los despidos, las altas por inspección, las solicitudes de incapacidad laboral, homicidios, etc. Esos a los que nadie ha nombrado por su ideología, sino por su conocimiento demostrado en el juego limpio de unas oposiciones, o tras muchos años de ejercicio de la abogacía. Lo malo es cuando la justicia tiene que aplicarla gente que para llegar a su ilustre asiento depende de que uno u otro partido quiera nombrarlo y a los otros nos les importe mientras puedan nombrar los suyos, sepan o no. Cuando los políticos meten las zarpas en decidir quiénes son los máximos intérpretes de nuestras leyes según sus afinidades políticas, en lugar de hacerlo los propios jueces o magistrados eligiéndoles por los principios de mérito y capacidad, ahí es donde la justicia comienza a ser un cachondeo. Y eso es algo que no puede ser… ¡no puede serlo!

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