He escrito en estos últimos meses cinco columnas denunciando el estado de muchas calles, con sus casi cráteres o socavones al modo de Alepo tras los bombardeos impenitentes e injustos para una población indefensa. Nuestros gobernantes no han hecho el más mínimo caso. Creía que con el Mundial de Motos en tiempos de largas Campañas Electorales harían algo y tomarían cuenta de la voz cabreada de los ciudadanos, al menos para que los de fuera no sufrieran lo que padecemos los de dentro. Han pasado los días de aluvión foránea y los campos minados tras las explosiones que parecen algunas calles siguen en el mismo lamentable estado. Ni motos ni elecciones ni... ¡alto! Los costaleros se han quejado, los cofrades han puesto el grito en el cielo porque su andar penitente ha sufrido más de la cuenta por culpa del manifiesto deterioro de nuestras vías. Ole. Ahí puede estar la solución para que nuestros políticos reaccionen y saquen las máquinas reparadoras de calles: en la queja de los cofrades. Un cofrade no es un ciudadano cualquiera. Su peso específico, para los que gobiernan o pretenden hacerlo, es mayor que el del resto de los mortales. Los sufridos costaleros, los nazarenos y penitentes no pueden salir a realizar su anual culto público a las imágenes de sus devociones con unas calles en tan infernal estado. Pues claro que no, ni los cofrades ni los maestros de escuela ni los soldados sin graduación; ni usted ni yo. Las protestas de los ciudadanos semanasanteros - muchos, creyentes practicantes de un sólo mes - tienen más poder que los del resto de los mortales; más fuerza que un Mundial de motos y hasta que una Campaña Electoral. Son tremendamente atractivos de cara a las urnas y eso otorga un plus de esplendidez ciudadana. Puede que su sufrimiento penitencial vaya a servir para algo. Que Dios los escuche.

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