Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Cuando queríamos ser mejores

Nuestros abuelos ansiaban ser como los mejores. Hoy parece que nadie quiere serlo

La primera tarta de bodas de España fue el wedding-cake del enlace de Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia que hasta se trajo a los reposteros. Y como una lluvia fina fue empapando a todas las clases sociales. Tomar ejemplo de quienes están en la cúspide social, sea política, artística o científica, es una constante histórica. Llamamos jamón a nuestro españolísimo pernil que dejó de cortarse en tacos para servirlo en lonchas, a gusto de la reina Isabel de Farnesio, que adoraba el de su Parma natal. Aunque no todo arraigue, como demostró el anuncio de un café madrileño que decía: "En homenaje a S.M. la Reina, serviremos el Five O'clock Tea a las seis de la tarde, con chocolate, bizcochos y porras". Costumbre inglesa, por cierto, llevada a Londres por la portuguesa Catalina de Braganza, esposa de Carlos II y última reina católica de aquellas brumosas tierras.

El arte, la educación, la cultura, las buenas maneras o la moda han impregnado siempre a la sociedad gracias a aquellos a quienes se consideraba aristocracia en su significado más clásico. Los mejores. Fuera un plebeyo como Beau Brummell o el príncipe de Gales. Artistas, escritores o científicos. En todos los campos. Si hoy llamamos hortera a quien quiere parecer distinguido y se le nota que no lo es, es porque en una horterilla o fiambrera llevaban la comida los dependientes de los comercios del madrileño barrio de Salamanca que imitaban las formas y el habla de sus clientes, lo que resultaba grotesco para sus vecinos de los barrios del extrarradio.

Sin embargo, en esta sociedad actual, donde llaman música a cualquier ruido falto de ritmo y compás, literatura a las novelitas de consumo escritas por algún negro para gloria del famosillo de turno, escultura a un puñado de guijarros esparcidos en un barreño y arte a cualquier performance de fiesta de fin de curso, sería mucho pedir que nuestros líderes inspiraran a la ciudadanía. Más, cuando han tomado por bandera la ordinariez, a la que llaman naturalidad y el desparpajo zarzuelero que confunden con la cercanía, a la vez que han estigmatizado el usted, que es capaz de transmitir respeto, distancia o aprecio en función del momento, por un tuteo indiscriminado y grosero que no pondera canas ni galones. Y si los líderes no inspiran, ¿qué clase de liderazgo ejercen? Nuestros abuelos ansiaban ser como los mejores. Hoy parece que nadie quiere serlo. Nos ahogaremos en mediocridad.

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