Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Mi querida Marta

Nunca llegué a conocerte, pero da igual. Tu madre y tu padre han hecho posible que te quiera sin llegar siquiera a haberte visto. Ellos han llegado hasta mi corazón y me han enseñado a querer tu recuerdo como si aquí estuvieses, a echarte de menos sin nunca haberte tenido, a extrañar tu sonrisa sin haber podido llegar a gozar de ella. Mi querida Marta…

Tu ausencia, lejos, donde quiera que estés, de la maldad de los que te privaron de la vida que tenías por delante de tu presente, se hace patente en muchos, muchos, de los días de los que yo puedo disfrutar y tú, ya no.

Pienso, a menudo, en tus padres, y sé que no es justo porque eres tú la que no estás, es en ti, más que en ellos, en los que debería descansar mi recuerdo… Sin embargo, son ellos los que tengo más cerca; ellos, los que me hacen presente tu distancia, ellos en los que puedo leer y sentir reflejado el mayor dolor que posiblemente un ser humano de bien pueda llegar a sufrir…

Te pido perdón, Marta, perdón sincero y sentido, perdón por formar parte de la misma especie de seres a la que pertenece quien te mató, quien le ayudó a hacerlo, quien calló entonces y calla ahora… Siento repugnancia, siento asco sin fin, siento pena, y dolor, e impotencia… ¡qué no sentirán tus padres!, y todos los que te tuvieron cerca…

Siento también, Marta, frustración, angustia y… miedo. Miedo de una “Justicia” injusta, de unos procedimientos que, de algún modo, consienten que esté ocurriendo lo que está pasando, que suceda lo que ha ocurrido… que nadie, a fin de cuentas y aunque no sea en absoluto consuelo ni para ti ni para los tuyos, pague como corresponde por la infamia que hicieron contigo… y con todos los que te vivían, Marta… Si puedes, si te es posible, perdónanos a todos: a unos por no tratar de reparar lo irreparable, a otros por mirar hacia otro lado, a estos por no hacer todo lo que pudieron hacer para paliar lo irremediable, a aquellos por permitir que, después de unos años, todo siga casi como estaba antes de que escoria de esta raza que se tilda de humana, te quitasen tu futuro.

A ellos, a todos los que, de un modo u otro tuvieron algo que ver con la tragedia a la que te condenaron aquella noche en Triana, a esos, por favor, no les perdones. Ni a esos ni tampoco a todos los que no han hecho todo lo que, en verdad, debieron de hacer para encontrar y castigar a la basura, a toda la miserable basura, que se cruzó en tu vida para acabar con ella.

Sé que nadie soy para pedir más de lo que tu madre pide. Y tu madre, sólo pide encontrar lo que de tu cuerpo quede para poder darte paz y ayudarle a ella, y al resto de tu familia, a encontrar la pequeña porción de sosiego a la que puedan tener acceso durante todo el tiempo que les quede de vida… hasta que te vuelvan a encontrarte allí donde quiera que bien estés.

Triste, escaso y humilde consuelo para quien más te quiso, tu madre. Ya ves, Martita linda, los humanos somos débiles… Al final, asumimos, sin saber cómo llegamos a eso, lo inasumible; calmamos nuestro anhelo por dejar de ser, para ser con quien ya no está, con pequeñas cosas, con esperanzas que descansan en la mesita de noche, cerca de nuestra almohada, con recuerdos de tiempos mejores, con olores furtivos, que ya no son… con imágenes grabadas en la memoria, que nunca volverán a ser… así somos, frágiles, débiles… Puede que, gracias a eso, aguantemos hasta donde nunca creímos soportar; puede que, gracias a eso, seamos capaces de seguir existiendo, aún cuando el motivo de nuestro ser, y nuestra alma con él, se hayan ido… ¡o peor!, nos lo hayan arrancado.

Ayer, Marta, vi a tu madre, en televisión. Me asomé al abismo de dolor que empezaba detrás de su indescriptible mirar… Una vez más, se me encogió el corazón y lloré. Por ella –siempre, con ella, hablo de tu padre y tu abuelo, y tu gente toda–, y sobre todo por ti.

Termino peor de lo que empecé… más triste, con más desconsuelo y pena, con más rabia y angustia… No sé que más decirte, Marta, aunque podría estarte “diciendo…” durante días. No quiero tampoco engañarte, por desgracia, no creo que lo que te hicieron, y el castigo que no encontraron los que lo hicieron, haya servido para evitar, en parte, que vuelva a suceder algo parecido y, lo que es peor, parece que tampoco servirá para que la inmundicia con la que tuviste la desgracia de encontrarte, los que te mataron, reciba la pena que merecen.

Aunque sea mucho pedirte, haz lo posible para que tu mamá pueda alcanzar algo del sosiego que la ayude a seguir, que encuentren lo que aquí queda de ti. Gracias, y perdón de nuevo, querida Marta.

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