Cuarto de Muestras

Te querré siempre

Perder la cabeza es algo muy personal que cada uno lleva como puede

Yo de los escritores me enamoro platónicamente, qué se le va a hacer. Procuro ser desapasionada, pero no me sale, ni con los malos a los que suelo dar una oportunidad, aunque después los abandone a la primera de cambio tras unas páginas de prueba. Ingenua que es una. De los escritores más amados, se me van a la cabeza sus libros, repito sus palabras, memorizo sus versos, me engancho a su prosa, me gusta hablar de ellos sin parar, me abrazo a sus páginas, me quedo mirándolos en los espacios que dejan porque no pierden nunca su atractivo. Los reconozco en sus virtudes y defectos. Los ensalzo ante los demás y, como todo verdadero amor, me hacen ser mejor casi siempre. Algunos me desengañan, pero, a los contados que me tienen loca, les soy fiel de por vida. Y así ando, esperando a unos y otros, a ver qué me dicen y cuánto se me entregan.

Tengo amores literarios de invierno y de verano, de lluvia y frío, de sombra y levantera. Siempre tengo a quien abandonarme y que no se canse de mí, pues todos me hablan con la misma voz del primer día. Mi marido se hace el loco y hace bien. La mayoría lleva más de un siglo muerto así que no hay peligro de hacer locuras más allá de estos extraños comportamientos que estoy confesando. Tampoco creo que ellos quisieran hacer otras locuras que las suyas propias. Perder la cabeza es algo muy personal que cada uno lleva como puede.

Ayer lloré la muerte de uno de mis amores platónicos, David Gistau. Llevaba años siguiéndolo con la lealtad con la que se persiguen los amores no correspondidos. Lo buscaba todas las mañanas a ver qué me decía y cómo me lo decía, porque a mí sus palabras siempre me decían algo. Sobre todo, cuando hablaba de música, de literatura o de cine. Tan grandote tenía la ilusión de traérmelo a Jerez y hartarlo de vino hasta que le rindiera el momento y me contara muchas cosas. Que nos costara trabajo despedirnos y prometernos que volveríamos a vernos con Manuel Jabois y con Rosa Belmonte para hablar de Manuel Alcántara y de Raul del Pozo, y de Umbral y de todos los que se han ido dejando la piel, la sangre y el alma en una columna de un periódico para distraer el café de los lectores.

En esta época tan de trincheras, tan de posicionamientos al servicio de quien paga, tan de lugares comunes, tan sin oficio ni beneficio, Gistau era el único capaz de escribir para cualquier medio sin traicionarse a sí mismo. Ay Gistau, te querré siempre.

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