T ENGO que ir a Fitur. A Dios pongo por testigo -como dijo Scarlett- que del año que viene no pasa sin que conozca ese vortex, esa especie de El Dorado para la concejalía patria. No puedo más, no puedo dejar pasar más tiempo sin ver cómo se cierran esos cientos de transacciones con los más grandes turoperadores del mundo mundial, cómo se venden paquetes turísticos en los que cuando se cita el nombre de Jerez -y hasta el de Puerto Real- se oye "¡¡¡compro, compro!!!", como dicen los intermediarios de la Bolsa en las películas. Ah, Fitur, paraíso de la croqueta cuando el invitado es tirando a cani y del 5J cuando lleva doble windsor de Hermès o calza Jimmy Choo. Ah, Fitur, epítome y blasón de la endogamia, de alcalde invitando a 'su' diputado y a 'su' presidente de la Diputación y a 'su' consejero y a 'su' presidente, y vuelta a empezar, todo como en casa, pero en Madrid y sin comer cocido. De verdad, que alguien me lleve a Fitur ahora que estoy en los cuarenta, que más mayor no va a ser lo mismo...