Salen ratas, sí. En los documentales sobre ratas existe la costumbre de sacarlas, por poco que gusten, para que nos hagamos una idea aproximada de cómo es la vida de estos bichos. Y en los documentales sobre serpientes de cascabel lo normal es que la principal protagonista sea la serpiente de cascabel (aunque también pueda salir alguna rata interpretando el papel de merienda.) Por tanto, partiendo de estas premisas de la comunicación audiovisual, no termino de entender el revuelo que ha provocado que en la televisión pública, para saber lo que opinaba un terrorista, hayan entrevistado precisamente a un terrorista. Vale que podían haber sacado a una rata. O haber entrevistado a un fabricante de cacerolas. Pero la idea que nos habríamos hecho de la situación sería menos ajustada a la realidad.

Razón no les falta a los que protestan por haber encendido la tele y haberse topado con un indeseable despachándose a gusto y haciéndose el sueco a la hora de pedir perdón por los crímenes de esa banda en la que militó durante años. Pero si hiciéramos desaparecer a todos los indeseables de las noticias; si nos ahorráramos contar sus marranadas, sus atropellos y violaciones, los telediarios no durarían ni cinco minutos.

Mi reivindicación para que en los medios permitan expresarse a todo el mundo no es tanto por amparar la libertad que los demás tienen de decir burradas como por defender nuestro derecho a saber cómo se las gastan algunos, enterándonos así de sus depravaciones para que no nos coja luego el toro.

Excepto a los cortos de vista y a los seguidores de la metafísica platónica, las apariencias casi nunca nos engañan. Por eso me alegra tanto que, con intención de guardarlas, los jueces vistan una ropa que los distinga de los boxeadores, y que los boxeadores lleven unos calzones que les diferencien de las conductoras de autobús o las azafatas de congresos. Pero como no se ha inventado aún la indumentaria oficial para el degenerado civil; como no se ha diseñado el uniforme que distinga al malnacido de a pie (porque los hay que van muy atildados, pero también los hay que van la mar de fachudos), la mejor manera de verlos venir cuando visten de paisano será dejar que se retraten hablando por esa boca.

Algunos llevan lazos de colores, otros hacen ondear banderas o lucen insignias sospechosas, pero no siempre recurren a esta cacharrería para hacerse notar. Por eso, la mejor fórmula para identificar al que tiene ideas neonazis, para reconocer al que mandaría a todas las señoras a fregar o al que justifica el disparo en la nuca como medio para mejorar el mundo, no creo que consista en ponerles un bozal, sino en todo lo contrario: en dejar que se expresen, prestándoles un megáfono si hace falta, o una butaca para entrevistarlos (aunque haya que aguantar las ganas de vomitar.) Con todo, queda una alternativa: mirar hacia otro lado y seguir convirtiendo la televisión pública en un desfile de aspirantes a triunfar en el mundo de la cocina internacional o en el de la canción española. Aunque para eso, mejor sería cerrarla.

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